"El sistema de seguridad social de Estados Unidos protege a los individuos en contra de los caprichos del mercado y la inflación, y les da una forma de seguro que el mercado privado no ofrece" Joseph E. Stiglitz (*). Es casi una ilusión óptica: a los horizontes de Japón, de Europa y de Estados Unidos, se asoma una crisis en el sistema de pensiones. El problema es real aunque exagerado. La ilusión se encuentra en algunos de los planes que se están diseñando para hacerle frente. La pregunta principal es si la privatización del sistema de pensiones, como lo ha propuesto el presidente George W. Bush para la seguridad social en Estados Unidos, resolvería el problema o solamente lo empeoraría. Muchos países están considerando adoptar alguna variante del plan Bush, por lo que el tema merece un análisis cuidadoso. Por sí misma, la privatización no es una solución. El problemático sistema de pensiones de Estados Unidos –ahora con varios cientos de miles de millones de dólares de deuda– parece estarse dirigiendo a un rescate por parte del gobierno. Hubo una época en que la privatización –que permitía a las personas abrir cuentas de ahorro individuales– parecía ser mejor que el sistema de seguridad social, el cual invierte en bonos del Tesoro de bajo rendimiento. Los que se inclinan por la privatización dicen que los fondos producirían más si se invirtieran en la bolsa de valores, y pronostican ganancias del 9%. Pero el mercado de valores no garantiza rendimientos, ni siquiera garantiza que los precios de las acciones se mantendrán al ritmo de la inflación –y ha habido períodos en que no lo han hecho–. El sistema de seguridad social de Estados Unidos protege a los individuos en contra de los caprichos del mercado y la inflación, y les da una forma de seguro que el mercado privado no ofrece. Y esto lo hace con una eficiencia sorprendente. Los costos de administración del sistema de seguridad social son mucho menores que aquellos que suelen tener las cuentas privatizadas. Esto es entendible: las empresas privadas de inversión gastan enormes cantidades en publicidad y salarios. Es posible que para reducir estos costos de operación, Bush proponga restringir las opciones, que en primera instancia fue el principal argumento para la privatización. Pero ese tipo de opciones limitadas –por ejemplo un fondo de Tesorería con 90% de bonos del Tesoro y 10% en un fondo accionario indexado– podrían introducirse fácilmente en el sistema de seguridad social público. Bush dice que es urgente una reforma porque el sistema será insolvente en aproximadamente un cuarto de siglo. Pero el problema depende de la tasa de crecimiento de Estados Unidos: si las tasas de crecimiento de finales de los noventa se repiten, no hay problema. Y aun si hay problema, puede solucionarse fácilmente. Si se hubiera dedicado una fracción del dinero que se fue en los dos recortes fiscales de Bush, la seguridad social se habría solucionado por setenta y cinco años; si se hace un ligero recorte a las prestaciones, si se ajusta la edad de retiro o si se hacen ajustes menores en el nivel de las contribuciones, se podría arreglar el sistema permanentemente. Por otra parte, las propuestas de Bush no arreglarán el sistema de seguridad social –a menos que vayan acompañadas de recortes drásticos a las prestaciones. ¿Cómo podrían? Bush propone desviar casi una tercera parte de los impuestos de la seguridad social hacia cuentas privadas. Esto significa menos entrada de dinero. Si las prestaciones no se reducen, la brecha entre los ingresos y los gastos aumentará. Uno no necesita ser un Premio Nóbel para darse cuenta de eso. Por ello, la privatización no protegería a los jubilados de la insolvencia del sistema de seguridad social, solamente aumentaría el enorme déficit fiscal actual porque las privatizaciones parciales requieren que se destine dinero que se habría utilizado para cerrar la brecha entre los gastos y los ingresos gubernamentales hacia fondos privados. El aumento previsto en el déficit fiscal es alarmante: el plan central discutido por el Consejo de asesores económicos de Bush incrementaría el déficit fiscal de Estados Unidos –de acuerdo con las estimaciones del propio Consejo– a dos billones de dólares durante la siguiente década. Los que se inclinan por la privatización dicen creer en los mercados, pero están proponiendo artimañas presupuestales para borrar esas pérdidas de los libros, como si se pudiera engañar fácilmente a los mercados. Los Estados Unidos y el mundo tienen que recordar que la privatización del sistema de pensiones argentino estuvo en el centro de sus recientes desdichas fiscales. Si Argentina no hubiera privatizado, su presupuesto habría estado más o menos en equilibrio. Los Estados Unidos inician su aventura de privatización con un déficit fiscal equivalente al 4% del PIB. Sin embargo, los que proponen la privatización insisten en que el mercado de valores daría rendimientos suficientemente altos para otorgar a las personas la misma pensión que antes, y se utilizaría el excedente para cubrir la brecha. Pero si los mercados van bien, entonces las ganancias serán mayores porque el riesgo es mayor. En la economía nada es gratis todavía. Con un riesgo mayor, hay una posibilidad de que en cuarenta años más, muchos individuos tengan menos de lo que necesitan para jubilarse. Pero incluso si uno realmente piensa que las cosas gratis existen, de todas maneras no hay razón para privatizar: el gobierno puede obtener las ganancias adicionales invirtiendo en el mercado de valores por sí mismo. En efecto, el presidente Clinton propuso hacer eso exactamente. Con costos de operación elevados, una mala solvencia del sistema, un aumento del déficit fiscal y menores prestaciones y programas para los pensionados, ¿por qué el impulso por la privatización? Una razón es el interés de los mercados financieros por obtener una parte de esos costos de operación. Otra es la hostilidad ideológica de la administración Bush hacia la modesta distribución de la riqueza implícita en el sistema de seguridad público. El programa de seguridad social de Estados Unidos ha sido tan exitoso reduciendo la pobreza porque los pobres obtienen un poco más de lo que contribuyen, y los ricos obtienen a cambio un poco menos. Aun con el suave efecto distributivo del sistema de seguridad social, la pobreza e inequidad en Estados Unidos continúan aumentando. La privatización solo empeorará las cosas. Bush ha tratado de asustar a Estados Unidos con la magnitud del problema, y ha tratado de engañar al país diciendo que la privatización lo resolvería. El déficit del sistema de seguridad social es poco en comparación con los déficits creados por los enormes recortes de impuestos concedidos a los estadounidenses con altos ingresos o en comparación con el déficit en Medicare, el cual otorga servicios de salud a los ancianos. ¿Por qué Bush ha ignorado estos problemas? ¿Acaso existe otra agenda? (*) Joseph E. Stiglitz, Premio Nóbel de Economía, es profesor de Economía en la Universidad de Columbia y fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton y Economista en Jefe y Vicepresidente del Banco Mundial. Su libro más reciente es The Roaring Nineties: A New History of the World’s Most Prosperous Decade. Copyright: Project Syndicate, 2005. www.project-syndicate.org Traducción de Kena Nequiz.