“¿Cómo puede una economía como la nuestra vacunarse frente a ese peligro?”,Un resbalón en las cifras de Wall Street que empieza a alargarse y contagiarse ha traído a esta Navidad la sombra de una crisis mundial, de fecha indeterminada pero próxima. El susto comenzó cuando la Reserva Federal de EEUU aumentó su tasa de interés un cuarto de punto, y anunció dos aumentos más en el 2019. Con eso el dinero ha empezado a alejarse de la bolsa. La caída del índice Dow Jones por debajo de los 23,000 puntos ha traído de regreso a los profetas del colapso económico. El argumento central y permanente es que los actuales buenos tiempos no pueden durar para siempre, lo que varía es el momento asignado para una repetición del 2008, o peor. No faltan quienes dicen que eso está a la vuelta de la esquina. Nouriel Roubini, famoso por haber predicho la pasada crisis, piensa que la crisis no vendrá exactamente ahora. Pero la ve llegar en el 2020, lo cual equivale más o menos a lo mismo. La imagina como una intensa recesión cuyo epicentro será en EEUU, y cuyos sombríos engranajes ya se están engarzando en las economías del mundo. Para el pesimismo (que hoy incluye al FMI) los elementos de análisis no son esotéricos, sino que están a la vista: aumento desproporcionado de la deuda en el mundo, renuencia de los gobiernos a controlar sus sectores financieros, efectos adversos de la guerra comercial, y tendencia al manejo geopolítico de las economías. La esencia de los pronósticos es no haberse cumplido. Pero en sí mismos los vaticinios de una próxima crisis tienen dos efectos: debilitan los buenos tiempos y, al no cumplirse, invitan a simplemente no hacer nada. Las dos actitudes están presentes en estas vísperas navideñas, las peores en 14 meses de negociación en Wall Street, con días de caída histórica. Por lo pronto nadie está diciendo que el 2019 será un buen año para las economías. Pues aun si la crisis no se produce, los analistas estiman menos crecimiento, algo que puede llegar a las costas del Perú en la forma de menos exportación, por precios y por volumen. ¿Cómo puede una economía como la nuestra vacunarse frente a ese peligro?