Esta fragmentación lleva a propuestas desde coloridas hasta estrambóticas, alejadas de los temas grandes sobre la ciudad.,¿Qué pasó para que la carrera por Lima, una elección de cierta calidad y que en el pasado despertaba interés ciudadano, se haya convertido en un proceso anodino, con diversos candidatos y punteros que no entusiasman? La de Lima era, en general, una elección con dos o tres candidatos relevantes y algunos debates de fondo sobre la ciudad. Hoy cunde el desinterés y la fragmentación, se parece más al tipo de elección local típica que tenemos en el país. Los que van arriba prefieren andar callados con su 15% esperando entrar a las últimas semanas como favoritos y así recoger el voto de indecisos. Los que van abajo parecen desesperados, buscando el evento o el tema que les permita subir algunos puntos para salir del pelotón. Esta fragmentación lleva a propuestas desde coloridas hasta estrambóticas, alejadas de los temas grandes sobre la ciudad. Belmont es el caso más lamentable por su xenofobia oportunista. Pero otro ejemplo es Zurek, buscando ganarse a los transportistas en base a condonar multas y eliminar la fiscalización. O Castañeda Jr. apelando al parentesco como certificado de experiencia. O el alucinante Ponja Columbus, cuya estrategia consiste en parecerse a Fujimori. ¿Qué hay detrás de esta caída de calidad y dispersión de opciones? Tres ideas, puede haber más razones, claro. Una primera causa es la prohibición de reelección. El que el alcalde en ejercicio participe permitía tener un candidato de peso, contra el cual podía articularse una (o dos) propuesta de oposición fuerte. Si Castañeda volvía a correr a pesar de su desprestigio seguro hubiese tenido más intención de voto que los candidatos actuales y habría limitado a los aventureros. Segundo, la televisión abierta y su anti-política no ayuda. Sin programas de entrevista que permitan conocer a los candidatos, difícil que alguno pueda capturar la atención del público. Hay candidatos con propuestas que, más allá de nuestras simpatías, merecerían más atención: Muñoz, Velarde, Cornejo o Guerra García, por ejemplo. En las condiciones actuales tienen que buscar cómo transmitir su mensaje en redes, foros a los que no va nadie, canales de cable, radio, entre otros medios. Quince minutos de televisión abierta los ayudaría mucho. Pero hay una razón más de fondo. No hay excandidatos presidenciales de peso compitiendo ni futuros retadores pensando en usar la municipalidad como trampolín hacia palacio de gobierno. Ya no se ve a Lima como un peldaño para llegar a la Presidencia. En una política dominada por el marketing y asesores con aversión al riesgo, hacer política es visto como un problema, un costo hacia el 2021. Incluso ganar podría ser negativo, pues se puede fracasar en la gestión o terminar muy asociado a los intereses de la capital (por la supuesta “ley histórica” por la que un alcalde de Lima no puede ser Presidente). Es posible que tengan razón. Efectivamente, arriesgar puede ser malo para el 2021. Este cálculo parece adecuado para los candidatos bien posicionados. Pero si esos ya son los cálculos de cualquier presidenciable, incluso los potenciales, pues es lamentable y problemático. Si uno no puede ganar una elección local, probablemente ya apunte a limitaciones electorales más grandes que saldrán en la campaña presidencial. Y si no se puede gobernar Lima, ¿qué diablos van a hacer con el país? Mi impresión es que había un buen premio esperando a los audaces. Los actuales presidenciables, o incluso nuevas cartas con cierto prestigio (congresistas, por ejemplo), pudieron aprovechar la carrera municipal para construir una agenda, lanzar propuestas ambiciosas, mostrar convicciones y, de ganar, gobernar bien. El temor a perder les hace olvidar que, para convencer a un electorado apático, no les caería mal tener algún éxito. Pero en el país de los presidenciables hasta hacer política ya es un riesgo innecesario.