Caudillos hubo siempre, y partidos con dueño también. Solo que estos últimos se han multiplicado casi en todas partes.,Al parecer, los partidos políticos han pasado, por lo menos, por dos grandes etapas. En una primera y larga etapa, los partidos han sido los genuinos protagonistas de la vida política democrática. Se trata de partidos con ideología o programa, permanencia entre procesos electorales, organización formal y articulación de intereses sociales. Estos partidos han sido, sobre todo, una creación europea y latinoamericana. Sus modelos fueron, sucesivamente, los antiguos partidos de notables, los social demócratas, los comunistas y los demócrata cristianos. Entre nosotros esta etapa se inicia con el Partido Civil, cincuenta años después de la independencia; pasa por los partidos de notables previos a Leguía; por los partidos de masas e ideológicos surgidos hacia 1930 (aprismo, socialismo, Unión Revolucionaria) y llega hasta los nuevos reformismos de 1956 (Acción Popular, Partido Demócrata Cristiano, Movimiento Social Progresista). Hace rato, en el mundo entero, se ha ingresado a una segunda etapa. Muchos de los partidos ideológicos y programáticos se han diluido en un conjunto variopinto de formaciones nuevas, no programáticas. Ello ha sido resultado, en parte, de la sustitución de la democracia de partidos por la democracia mediática, lo que corresponde, sobre todo, a la preponderancia de la televisión, a partir del último tercio del siglo XX. El tránsito de la democracia de partidos a la democracia mediática, llevó de los conceptos a las imágenes y de los programas a los caudillos capaces de atrapar cualquier reivindicación o demanda. Rostros, no palabras. Estos partidos se multiplican cuando el sueño de la casa propia se transforma en el sueño del partido propio, con su variante, la ONG propia. Caudillos hubo siempre, y partidos con dueño también. Solo que estos últimos se han multiplicado casi en todas partes. En el Perú, hacia 1990 lo predominante pasa a ser el partido de Belmont, el de Toledo o el de Castañeda, por poner algunos ejemplos, sin ningún ánimo condenatorio. Algo distinto, novedoso y más reciente, es la transformación que lleva a algunos partidos, por supuesto que no a todos, a convertirse en bandas dedicadas al saqueo del poder, a costa de la demolición de las instituciones políticas, sociales y judiciales. Las características principales de estas bandas son las siguientes: • La combinación de los intereses políticos de los jefes con cualquier tipo de interés político o económico de sus clientes, que son reclutados solamente en razón de este beneficio mutuo, sin importar para nada las ideas o programas. • La búsqueda de financiamiento, tanto político como personal, sin límites legales o institucionales. Se hace política al mismo tiempo en que se hace negocio. Dentro de la banda, para los políticos, la plata viene sola; para los negociantes, el poder viene solo. Los políticos son negociantes y los negociantes son políticos, de modo simultáneo. Todos juran por la plata. • La incorporación a la banda de magistrados, empresarios y profesionales que puedan brindar la cobertura judicial y mediática necesaria, en caso de que la banda o alguno de sus miembros sea objeto de un procedimiento judicial o de un cuestionamiento periodístico. • La pretensión de ejercer el monopolio sobre los temas políticos y de corrupción. Los demás debe dedicarse a los problemas prácticos, pero no meterse en el coto privado de la banda. La proliferación de las bandas implica una catástrofe democrática. Ya no se trata de izquierda o derecha, sino de la vida misma de las instituciones republicanas. Es en este marco que hay que entender las reformas de la justicia y las instituciones.