Los partidos políticos nacen, viven y mueren, con frecuencia raquíticos. No son eternos.,|Días aciagos: el gobierno terrorista de Daniel Ortega asesina cada día más nicaragüenses, a lo que la comunidad latinoamericana reacciona con sordina, seguramente debida a su crónica impotencia frente a la agonía venezolana, Entre tanto, el enjuiciamiento de casos de corrupción, junto con el narcotráfico y la inseguridad ciudadana, se traducen, de modo natural, en ira y deseos de alternancia en todos los países. En este paisaje sombrío, hay tres elecciones presidenciales que resultan cruciales: la segunda vuelta de las colombianas, el 17 de junio; las mexicanas, el primero de julio; y las brasileñas, el 7 de octubre. Se trata de tres países que tienen un inmenso peso económico y político en la región, hasta el punto de que México y Brasil son los principales focos de atracción y modelos de referencia alternativos. Las elecciones colombianas terminan de cancelar las tradiciones partidarias más antiguas de América y acaso del mundo entero: se trata del bipartidismo, constituido por el Partido Conservador, fundado en 1849 e inspirado en Libertador Simón Bolívar; y el Partido Liberal, fundado en 1848, invocando al prócer rival, Francisco de Paula Santander. Esta polarización entre partidos conservadores y liberales marcó la pauta en el resto de la región, excepto en el Perú, donde el primer partido político nace recién en 1870, y se llama Partido Civil, porque de lo que se trataba, cincuenta años después de la independencia, era de poner fin a los caudillos militares. A pesar de la secular presencia de la violencia, Colombia es el país con más gobiernos de coalición y con menos golpes de estado exitosos en la historia americana, prácticamente un golpe cada cien años. Los partidos colombianos llegaron a pactar el reparto y alternancia en el gobierno, en los años del Frente Nacional (1958 -1974), en el mismo tiempo y de modo más explícito y formal que el que usaron los dos principales partidos venezolanos (Acción Democrática y el demócrata cristiano COPEI) con su Pacto de Punto Fijo, en 1958. Venezuela y Colombia son, por cierto, los dos únicos países sudamericanos que no sucumbieron a la ola de golpes militares iniciada en Brasil en 1964. En el actual proceso electoral colombiano, el Partido Conservador, es sólo una de las formaciones que apoyan al uribista Iván Duque. El Partido Liberal llegó a tener un candidato propio, el ilustre arquitecto de los acuerdos de Paz con las FARC, Humberto De La Calle; pero sus resultados en la primera vuelta han sido totalmente marginales y acaba de anunciar su apoyo en la segunda vuelta a Iván Duque (con el desacuerdo de De La Calle, por supuesto, que votará en blanco). La misma descolocación de las tradiciones partidarias está ocurriendo en México. El conservador PAN (Partido de Acción Nacional) se une con el izquierdista PRD (Partido de la Revolución Democrática), pero ya no para vencer al viejo PRI (Partido Revolucionario Institucional), que aparece relegado, sino para evitar el triunfo de López Obrador, que viene del PRD que, a su vez fue, en parte, un fraccionamiento del PRI. Los partidos políticos nacen, viven y mueren, con frecuencia raquíticos. No son eternos. Resistirse a la renovación de partidos equivale a fosilizar la vida democrática. Y estimula iras populares legítimas, pero que pueden terminan en negociados privados y corruptos, como ocurre en Nicaragua y Venezuela. Incluso, sería osado aventurar que la forma “partido” seguirá siendo el mecanismo de representación predominante en estos tiempos de democracias mediáticas. Postdata: La partida de Aníbal Quijano es una gran pérdida. Ha sido un pensador mayor y autónomo. Como pocos, él supo pensar a la vez al Perú y a América Latina.