Todas eran madres o viudas de efectivos militares o policiales muertos por el terrorismo; o lo eran de jóvenes ayacuchanos muertos o desaparecidos por las fuerzas del orden.,Con intensidad y convicción cada una de ellas contaba en la reunión historias dramáticas de cómo las había afectado, de manera brutal, el conflicto interno que atacó al Perú desde que Sendero Luminoso decidió lanzarse contra el país en mayo de 1980. Esa violencia golpeó en la médula de las estructuras familiares de todas ellas. No era un grupo cualquiera de mujeres. Las convocadas ese día -durante el proceso de diseño del Lugar de la Memoria (LUM)- para recoger opiniones y sugerencias sobre el guion museográfico que se aplicaría. Todas eran madres o viudas de efectivos militares o policiales muertos por el terrorismo; o lo eran de jóvenes ayacuchanos muertos o desaparecidos por las fuerzas del orden. Todas ellas víctimas del conflicto y estaban sentadas en ese cuarto unidas por el mismo dolor. Eran todas víctimas y tenían un reclamo compartido (“el Estado nos abandonó”). También el orgullo de haber “sacado adelante” a sus hijos, que reciban educación y prosperaran. En la reunión no había recriminación entre ellas; no se preguntaban qué hacía el esposo o hijo antes de morir o ser desaparecido. Sólo primaba entre un ejemplar espíritu constructivo y de reconciliación. Así se produjeron en el país muchos encuentros, en el intenso proceso de diálogo con los más diversos sectores. Ciudadanos individuales, víctimas de la violencia, ONGs, militares y el grupo de historiadores del ejército, CONFIEP, entre muchos actores relevantes. Fueron todos parte de un rico proceso que impulsamos desde una Comisión de Alto Nivel, que me tocó conducir luego de lo hicieran Mario Vargas Llosa, primero, y Fernando de Szyszlo, después. Un privilegio para mi haber compartido labores –ad honorem- con personalidades del nivel del museólogo Pedro Pablo Alayza, monseñor Luis Bambarén, el ex presidente de CONFIEP Leopoldo Scheelje, el arquitecto y exministro de Educación Javier Sota y la dirigente indígena y parlamentaria andina Hilaria Supa. En el curso del trabajo de la Comisión pudimos conocer otros procesos de construcción de museos de memoria como el del holocausto en Berlín o Washington y el de Memoria en México. Ninguno exento de dificultades. De nuestros diálogos nacionales y esas experiencias construimos tres tesis fundamentales. Una: no “editorializar”, desde arriba, dándole al visitante todo masticado y digerido como si no tuviera capacidad sino orientarlo a que piense, reflexione. Sin adjetivaciones ni calificaciones. Dos: no sólo que el visitante piense, sino que participe, se sienta impactado. Intentar transmitir el horror de este conflicto generado en y desde el Perú y que fue, a fin de cuentas, la superación exacerbada de cualquier límite imaginable a la tolerancia. Tres: el accionar fundamental de la sociedad peruana contra la violencia. Desde la resistencia ashaninka contra la barbarie senderista hasta las madres ayacuchanas, pioneras en los reclamos contra las desapariciones de sus seres queridos por las fuerzas del orden, pasando por instituciones estatales como el GEIN u oficiales militares que entregaron sus vidas para lograr la paz en el país como el coronel Juan Valer. Hay mucho que aprender y en particular sobre cómo sacar de esa experiencia para la pendiente construcción de la reconciliación. Mientras, como lo ha expresado con énfasis nuestro recién designado cardenal Pedro Barreto, este LUM nos grita “…basta ya de violencia, cualquier signo de violencia, venga de donde venga”. En paralelo, y cuando la ruidosa intolerancia de algunos políticos y comunicadores arremete con rabia y vigor extremo, preocupa, pues, mucho. Toda esa retórica bélica, por cierto, está más allá de los ataques al LUM y de esta coyuntura. Lo grave es que al margen de los vitriólicos ataques verbales sin fundamento de ahora, es claro que responde a posiciones políticas extremas que buscan reescribir la historia a su gusto y por la mayoría de una comisión parlamentaria. Es doloroso constatar cómo anida en el Perú un ADN común autoritario que aparece y reaparece bajo distintos ropajes en el Perú. Estar advertidos de ello, y avanzar hacia una reconciliación no en base a la amnesia sino del análisis de lo que pasó es algo a lo que el LUM aporta y busca aportar.