Los procesos y productos fragmentarios tienen que recomponerse para que 2l proceso productivo culmine.,La totalidad de las revoluciones socialistas inspiradas por Marx, realizadas en nombre del proletariado, terminaron entregando el poder no a los trabajadores sino a poderosas burocracias, en muchos casos creadas por la propia revolución. ¿Fue esto el resultado de “errores de interpretación” de la doctrina de Marx o de “restauraciones capitalistas” realizadas por camarillas de contrarrevolucionarios, como se ha dicho? Que éste fuera un resultado virtualmente unánime permite sospechar que hubo cuestiones más profundas. La revolución no entregó el poder al proletariado sino al burocracia porque elementos estructurales de la organización industrial de la producción hacían a esta no sólo necesaria e inevitable, sino le daban los instrumentos para el control del poder. Voy a sostener que tras el inevitable triunfo de la burocracia había una contradicción fundamental en la propia doctrina de Karl Marx. La organización industrial del trabajo divide procesos productivos complejos en una multitud de pequeñas tareas que se encomiendan a diversos trabajadores. Estos se constituyen así en una especie de órganos parciales de lo que Marx denominó un “trabajador colectivo”. Cuanto más complejo es el producto a elaborar más división social del trabajo se requiere. La división del trabajo a su vez condena a los trabajadores a ejecutar tareas cada vez más parciales, especializándolos y limitando crecientemente su capacidad de entender el proceso productivo global en el cual participan, sustrayéndoles así la posibilidad de controlarlo. Esta es una dimensión fundamental de lo que Marx denominó la “alienación (o enajenación) del trabajo”. Para el proletario, la fábrica y la máquina con la cual trabaja se le presentan como entidades externas que lo objetivan; anulándolo como sujeto creador. Esto es evidente si se compara un artesano y un obrero. En la producción artesanal la herramienta es una prolongación del trabajador, que la pone en marcha, la manipula y le impone su ritmo de trabajo. En la producción industrial en cambio el obrero termina convertido en una prolongación de la máquina; un apéndice producido al cual esta somete a su ritmo y demandas, despojado del conocimiento, el poder y la capacidad para controlar el proceso productivo del cual forma parte. Este análisis fue desarrollado originalmente por Marx en los Cuadernos Económico-Filosóficos de 1844 y retomado en el tomo I de El capital, en los capítulos sobre la organización industrial del trabajo. El problema es que esta tesis es abiertamente contradictoria con aquella otra tesis del propio Marx que sostiene que el proletariado, desde sus condiciones materiales de existencia, es capaz de generar un orden social superior alternativo. Si un obrero es incapaz de controlar -y aún comprender- el proceso productivo de la mercancía particular en el cual participa, mucho menos podrá gestar y controlar un orden social global. Por eso no ha habido grandes teóricos proletarios ni tampoco una presencia significativa de obreros en la dirección de los partidos revolucionarios que tomaron el poder. Pero hay otra fracción social que si tiene una visión global del proceso productivo. Es la burocracia, cuya función social consiste en recomponer los procesos productivos previamente fragmentados por la división social del trabajo. Los procesos y productos fragmentarios tienen que recomponerse para que proceso productivo culmine. A medida que el proceso productivo se hace más y más complejo y se incrementa continuamente la división social del trabajo se requiere aparatos administrativos cada vez más grandes para cumplir esta tarea. Surgen así gigantescas pirámides burocráticas que acumulan crecientemente más y más poder. Las diversas unidades de una organización burocrática (oficinas, departamentos, direcciones, etc.) producen, manipulan, distribuyen y procesan la información que fluye por los canales administrativos: órdenes, instrucciones, supervisión, evaluación, control, articulación de procesos fragmentarios, retroalimentación, datos de oferta, demanda, tendencias de la moda, señales del mercado, etc. La base del poder de la burocracia es el control de la información; de ahí que en los países socialistas ésta (que no contaba con la legitimidad de ser la propietaria de los medios de producción, como la burguesía) ejerciera habitualmente un control despótico sobre ésta, defendiendo así la fuente de su poder. Información es poder. Por eso la confiscación de los medios de producción a la burguesía por las revoluciones no transfirió el poder al proletariado sino a la fracción social que tenía la capacidad de controlar el orden social naciente: la burocracia. Que esta terminará controlando el poder en todas las revoluciones socialistas no fue pues un resultado accidental sino un producto necesario de la propia doctrina de Karl Marx. Por eso los socialismos así construidos terminaron siendo frágiles, como lo mostró la historia.