El Presidente debería rehusar las anteojeras ideológicas que le ofrecen –y que no funcionan- para enrumbar por el camino del crecimiento, del cambio y del desarrollo.,La llegada a la Presidencia de Martín Vizcarra cierra un capítulo de la crisis política pero no significa que ésta se haya cerrado definitivamente. Asimismo, todos los demás retos para gobernar siguen, siendo centrales la lucha contra la corrupción, la reforma política (sobre todo la electoral) y la reactivación económica de la mano con la reconstrucción “con cambios”. Veamos esta última. Ya se escucha a los economistas ortodoxos decir que el gasto fiscal está muy alto–sobre todo el gasto corriente-. No es así. Según el BCR, el gasto corriente ha bajado de 15.8 a 15.3% del PBI del 2015 al 2017. Y el 15.3% se repetirá en el 2018 (BCR, Reporte de Inflación, RI, marzo 2018). Para seguir asustando agregan que ya se ha gastado buena parte del “chanchito” fiscal: los depósitos del sector público en el BCRP han bajado de US$ 14,200 a 9,000 millones de junio del 2016 hasta la fecha: casi 3% del PBI. Por tanto, hay que “ajustar” para reducir el déficit fiscal y que las calificadoras de riesgo no nos bajen el grado de inversión. Esas “buenas notas” mantendrían bajas las tasas de interés, lo que es bueno para los inversionistas y “reactivará la economía”. Eso fue lo que hicieron Segura y Thorne, pero reactivación no hubo. El “ajuste fiscal” no lleva a la reactivación. Es al revés: cuando el ciclo económico es adverso –como en los últimos años, debido al fin de super ciclo de las materias primas- se aplica una política anticíclica. El “chanchito” está para eso: se rellena cuando hay crecimiento. Y se gasta cuando vamos de bajada. Si no, ¿para qué se ahorra? Si sigue la ortodoxia, se mantendría la cuasi recesión del PBI no primario, que viene cayendo desde el 2013 -cuando creció 6%- hasta el magro 2.2% del 2015, 2016 y 2017. Como el sector no primario genera la mayor cantidad de empleo urbano en el Perú (Lima + 29 ciudades), éste también viene cayendo: su comportamiento ha sido negativo en el 2017, según el Ministerio de Trabajo. Esto trae frustración y descontento. Para revertirlos, el mejor remedio es el aumento de la inversión pública (IP), como lo dice hasta el FMI. Sin embargo, a pesar de los anuncios del MEF acerca de su aumento, la IP ha caído de 6.3% a 4.7% del PBI del 2013 al 2017 y sería 5% del PBI en el 2018, muy por debajo del 2013 (BCR, RI, marzo 2018). Con 5% de IP –dígase lo que se diga sobre la reconstrucción con cambios y los Juegos Panamericanos- no hay manera que la economía se reactive. La meta de déficit fiscal debe elevarse del 3.5 al 5% del PBI para que la IP impacte en el crecimiento. Eso se puede hacer y hay harto techo pues la deuda pública solo alcanza el 25% del PBI, una de las más bajas de la Región. Cuando el ciclo está a la baja, la IP empuja a la inversión privada –el 80% de la inversión total en el país- que hoy está de capa caída: fue negativa en el 2014, 2015 y 2016. Creció 0.3% en el 2017 y se pronostica un crecimiento del 5% en el 2018 (si es que aumenta la IP). Además, este es un año de elecciones regionales y municipales lo que siempre incide en una menor IP, a lo que se agrega que el gobierno tiene programado bajar las metas de déficit fiscal: 2.9% en el 2018, 2.1% en el 2020 y 1% en el 2021. Al compás de la reactivación, es necesario aumentar los ingresos fiscales, que han caído de 22.8% a 18% del PBI del 2012 al 2017. Esa caída de 4.8% equivale a US$ 10,000 millones menos de ingresos, en parte por la caída de las materias primas, en parte a las fallidas “reformas tributarias” de Segura y Thorne. Por eso, urge aplicar la Norma XVI para combatir la elusión tributaria, que duerme desde el 2012 (porque no conviene al sector empresarial). Y también hay que recalendarizar las devoluciones de tributos (sobre todo IGV), principalmente al sector minero: el 2.5% del PBI. Si se redujeran a la mitad, habría un mayor ingreso de 1.25% del PBI para la IP. También es clave impulsar la diversificación productiva (que PPK, Giuffra y Olaechea han querido liquidar) lo que pone en primer lugar a la petroquímica y, por tanto, al Gasoducto Sur Peruano. Sin diversificación continuará nuestra dependencia en las materias primas y no entraremos a las ligas mayores, que exigen mejora en el capital humano (educación), mejores encadenamientos entre sectores productivos e innovaciones tecnológicas para aumentar la productividad y, por ende, la competitividad. Todo esto necesita una redefinición de los roles del Estado y el mercado, conservando lo bueno y desechando lo obsoleto. El Presidente debería rehusar las anteojeras ideológicas que le ofrecen –y que no funcionan- para enrumbar por el camino del crecimiento, del cambio y del desarrollo. Pronto sabremos cuál es su opción. Esperamos que sea la mejor.