PPK no es expresión política de un grupo o de una clase sino más bien producto de un “capricho personal”, de la política informal de este país y de las ambiciones de algunos.,Los recientes “descubrimientos” sobre el papel de los empresarios, incluyendo a la Confiep, en los procesos electorales no son una novedad. Lo que sí es novedad es saber toda la trama que está detrás y lo que ello representa en una democracia como la peruana. Ahora ya sabemos, como han dicho los propios empresarios, que financiaban campañas electorales contra sus adversarios. Si un candidato no les gustaba o iba contra sus intereses, lanzaban una campaña para recordarnos los valores del libre mercado, de la iniciativa empresarial, así como también los “horrores” del estatismo y el infierno que podría significar el triunfo de aquellos que proponían políticas obsoletas y peligrosas para el país. La idea era construir, como dijo Mario Vargas Llosa, “un nuevo enemigo” que no era otro que el “populismo” y que estaba representado, no solo por el candidato real en cada país en el que había elecciones, sino también por esta suerte de candidatos virtuales en los que se habían convertido estos “presidentes populistas” en la mayoría de países de la región. La otra idea era –y sigue siendo– que, si uno votaba por el candidato que no les gustaba, votaba también, gracias a una activa campaña mediática y propagandística, por Hugo Chávez, Lula o Cristina Fernández de Kirchner. Las elecciones presidenciales se “internacionalizaban”. La batalla era, como lo es ahora, en contra de estos “procesos populistas” y a favor del neoliberalismo. Hoy día, algunos quieren justificar las campañas de los empresarios y de la Confiep diciendo que no eran contra ningún candidato; que los aportes (o donaciones) de la empresa Odebrecht a ese gremio empresarial, así como las llamadas bolsas empresariales, eran legales porque estaban bancarizadas; y que estas campañas no tenían nada que ver con las campañas electorales. Y si bien se pueden añadir otros argumentos para defender este supuesto gremialismo apolítico, lo cierto es que estos hechos nos develan como operan políticamente los empresarios y los gremios. La afirmación de que hay que impedir que la política invada o influya a la economía porque es un saber técnico, no va con ellos. Ellos sí hacen política, lo que sucede es que pretenden ser invisibles. Hoy han sido descubiertos. Es cierto que esta manera de operar, bastante antigua, por cierto, tiene mucho que ver con la falta de normas y reglas claras y precisas respecto al financiamiento de los partidos y de las mismas campañas electorales, incluyendo los gastos que en ella se incurren. Pero también -y acaso esto es lo más importante- con la manera cómo se vinculan los grupos empresariales no solo con los procesos electorales sino también con la política y con el poder. No es extraño, en ese contexto, que no haya en el país un partido (de derecha) que represente abiertamente los intereses empresariales o un partido liberal que haga suyos las bondades de un auténtico liberalismo. Tampoco que no exista un líder político que salga de las filas empresariales como Mauricio Macri en Argentina o Sebastián Piñera en Chile que han creado partidos políticos y ganado elecciones. Y si bien PPK puede ser una excepción hay que recordar que este hombre de negocios-presidente no tiene partido y que tuvo que recurrir a uno “prestado” para candidatear. Por eso PPK no es expresión política de un grupo o de una clase sino más bien producto de un “capricho personal”, de la política informal de este país y de las ambiciones de algunos. En realidad, los grandes empresarios gobiernan, muchas veces, sin estar en el gobierno, pero sí conservando el poder. Son los llamados “poderes fácticos”. Para eso cuentan mecanismos como la llamada “puerta giratoria”, el poder mediático, estudios de abogados y lobbies, como lo demuestran ahora último los intentos por modificar la ley de Alimentación Saludable, o representantes directos en el gobierno y el Estado, y hasta recurren al transfuguismo y cooptación de políticos, congresistas y de partidos que tienen como única “fortaleza” la legalidad para presentarse en las elecciones. Toda una charada, que hace de la democracia un hecho opaco, que esconde los intereses de unos pocos, un baile de máscaras, donde algunos son invitados, y que permite que la corrupción, como hoy día es evidente, sea la nutriente que organiza y mueve el sistema político de esta República Empresarial.