Graves situaciones y agudos riesgos afectan a las relaciones interamericanas.,Graves situaciones y agudos riesgos afectan a las relaciones interamericanas. En primer lugar, el catastrófico gobierno autoritario, represivo y antidemocrático de Maduro en Venezuela, que sí que merece la creciente condena internacional. A lo que se suma, para enturbiar más aún el paisaje, la agresiva xenofobia contra América Latina de Donald Trump, rodeada, a veces, de elocuentes silencios. En segundo lugar, los anacrónicos y ligeros cuestionamientos al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, tan importante en la larga noche de las dictaduras, entre 1964 y 1980, y en el Perú, al final de los años noventa. Un tercer problema radica en las debilidades y contramarchas de la lucha contra la corrupción, que acaba de ponerse en evidencia con la renuncia del peruano Juan Jiménez Mayor, y su equipo, a la conducción de la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH). “Comparto y felicito la posición de Almagro sobre Venezuela – ha dicho Jiménez Mayor – pero la OEA es más que Venezuela. Es también Honduras”. En estas condiciones. difíciles y complejas, conviene recordar la continuidad histórica de las grandes iniciativas de la política exterior peruana, desde sus primeras convocatorias antimperialistas del siglo XIX, hasta las más recientes definiciones de límites, con el Ecuador y con Chile, logradas por Allan Wagner, Manuel Rodríguez Cuadros, José Antonio García Belaúnde y otros diplomáticos de los tiempos actuales. Por enésima vez, hay que traer a la memoria colectiva a quienes, en los años 60s y 70s, abrieron el Perú al mundo, continuando y ampliando las trayectorias de Alberto Ulloa Sotomayor y de Raúl Porras Barrenechea. Porras, como se sabe, fue el Canciller liberal que, en San José de Costa Rica, representó la independencia y dignidad de América Latina frente a las dos potencias hegemónicas del mundo (EEUU y la URSS), y se negó a respaldar con su firma el sometimiento de Cuba a los designios de Washington, que apenas ocho meses después de la Reunión de San José, invadía Cuba por Bahía Cochinos. Se trata de mantener vivo el legado de Porras y de la brillante generación de Carlos García Bedoya y Javier Pérez de Cuéllar, que tuvo varias personalidades notables, entre las que cabe mencionar a los prolíficos Juan Miguel Bákula y Carlos Alzamora Traverso, y a diplomáticos que fueron también literatos o historiadores como Alberto Wagner de Reina y Guillermo Lohmann Villena. En días nebulosos como los actuales, conviene revisar sus permanentes llamados a la ponderación, la tolerancia y la serenidad. En particular, los libros de Bákula y de Alzamora, en los que se refieren a las relaciones interamericanas y a la necesidad de procurar la unidad y la independencia de América Latina. Un propósito que compartieron en su tiempo con Víctor Raúl Haya de la Torre. En pleno respeto y respaldo (que no son sinónimos) al gobierno del Perú, y para que la Cumbre resulte lo menos escabrosa posible, hay que desplegar al máximo la tolerancia y la ponderación, evitando competir en un intercambio de dardos y diatribas, que sólo puede beneficiar al autócrata venezolano. Conviene, por eso, tener muy en cuenta el libro de Alzamora, “La agonía del visionario, la lección final de Raúl Porras”, que afirma: “La trayectoria internacional del Perú ha sido y es, pues, una sola, y Porras la encarnó con todo el esplendor y la firmeza que reclamaba la fidelidad al legado histórico que había recibido”. Por supuesto, la coyuntura de hoy es muy distinta a la de 1960, pero vale la pena mantener siempre presente aquellos hitos que son motivos de nuestro legítimo orgullo como nación.