“La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso”. Estas palabras, recogidas de la encíclica Laudato Si y no de El Capital de Carlos Marx, fueron escritas y suscritas por el papa Francisco. Y por si no había quedado clara la idea, más adelante sostiene de forma rotunda y concluyente: “el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral ni la inclusión social” (p.86). Jorge Mario Bergoglio, publicó tres documentos apenas subió al poder como pontífice de El Vaticano: el primero fue la encíclica Lumen Fidei; después la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y el tercero, en honor a San Francisco de Asís, lo tituló con el epíteto que el santo inicia su famoso Canto de las criaturas: “Alabado sea” (Laudato si). Se trata de un cuestionamiento profundo al consumismo, al crecimiento a toda costa, a la acumulación capitalista, al acopio de datos informativos que no se llega a convertir en conocimiento, y durante todo el texto insiste permanentemente que en la tierra todo está interconectado; que no es posible hablar de una propuesta ecológica sin parar el consumismo tecnológico, sin replantear profundamente la necesidad de crecimiento (niega la teoría del crecimiento ilimitado) y sin vincularlo a una propuesta social. En la encíclica hay una crítica al antropocentrismo —lamentablemente no al androcentrismo ni al patriarcado— y a la visión del ser humano de percibirse como “domine” de la naturaleza. Para el papa Francisco, los seres humanos estamos en el mismo rango que el resto de seres, con la diferencia de que somos responsables. Por eso mismo, esta encíclica cuestiona la extracción de bienes considerándolos “recursos” sin mediar otra lógica que la del enriquecimiento; e incluso va más allá, cuando también cuestiona que la tecnología de la biología —en cuanto a mejoramiento de semillas o investigaciones médicas— sea dependiente de la comercialización y, por lo tanto, lucro de unos cuantos. Por eso, la encíclica propone “la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural […] recuperando los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano” (p.90). Precisamente considera que aquella forma de vida opuesta al consumismo, que hoy ha devenido en una contracultura, es una resistencia que debemos tomar en consideración para recuperar lo esencial del ser humano: “la apertura a un ‘tú’ capaz de conocer, amar y dialogar [que] sigue siendo la nobleza de la persona humana” (p.93). En esta visita tan esperada del Papa Francisco yo desearía que, junto con su defensa del medio ambiente contra el extractivismo, y el amparo a los defensores del medio ambiente asesinados en distintas circunstancias —desde los cinco de Conga hasta el último asesinado en Chaparrí— también pueda tener unas palabras para aquellos otros defensores y defensoras de los derechos humanos, que durante tantos años han luchado por justicia, verdad y memoria y que hoy, además de ser descalificados, olvidados y no escuchados, han sido pisoteados en sus derechos. Ojalá PPK y sus ministros no intenten tergiversar esta visita para seguir justificando su propuesta espuria de reconciliación.