Desde Mirko Lauer hasta The Economist, pasando por Meléndez, Dargent, Tanaka, Vivas y otros analistas políticos, todos hablan de la existencia de un conglomerado heterogéneo que se manifiesta como balance en las elecciones y que, después del indulto, se ha concretado con movilizaciones en las calles la misma noche del “perdón” de Kuczynski, al día siguiente y el 28 de diciembre. A este conglomerado, al que los fujimoristas suelen tildar de caviar con ineficacia —la CGTP podría ser todo menos caviar— y que estaría compuesto por sectores muy variopintos de la sociedad, se le ha nombrado como “el antifujimorismo”, considero que con bastante laxitud teórica. El antifujimorismo es un significante vacío. Una nomenclatura que se repite y se repite en inglés incluso, para poder definir a los peruanos y peruanas indignados, que se articulan en marchas y movilizaciones callejeras, frente a lo que el fujimorismo esgrime como particularidades políticas en momentos claves: amnesia frente al pasado corrupto y abyecto, autoritarismo maquillado de modales democráticos (“la vacancia”), mendacidad compulsiva, anti-diálogo, jerarquías monolíticas al interior del partido, cooptación de estructuras políticas locales y un élan monárquico sobre la base del apellido de su, ahora negado, líder histórico. Eso no implica que no haya calado en grandes sectores populares que recuerdan a Alberto Fujimori inaugurando una escuela o una posta médica, o que lo asocian con la acotada prosperidad económica o al freno a la insania terrorista. Un caudillismo melancólico. Pero el antifujimorismo no debería definirse como tal porque no aporta nada al debate, excepto, un nombre para los titulares de los periódicos. Es más, confunde. Porque solo ante una confusión de lo que implican esa masa es que algunos analistas se sienten defraudados de que no se haya cristalizado en algún partido político. Pero ese grupo heterogéneo, más anti-autoritario que anti-fujimorista, no puede convertirse en partido porque es una masa bastante espontánea que reviste todas las características de la misma y no es plausible de convertirse en lo que Elias Canetti llamaría más bien una muta: una masa controlada con reglas estrictas. Se debe tener en consideración las características que el mismo Elias Canetti clasifica para toda masa para poder entenderla: 1) la masa siempre quiere crecer; 2) en el interior de la masa reina la igualdad, por eso mismo, solo la masa es antiautoritaria por definición; 3) la masa cobra densidad al momento de la “descarga”, esto es, cuando todos los pertenecientes a la masa dejan su individualidad y se entregan a ella; 4) la masa requiere una dirección, no en el sentido de liderazgo sino en el sentido de vector, es decir, necesita moverse. Ese movimiento puede ser el de la movilización o el de la elección del “mal menor” con lo cual, la masa se liquida. Y ese es su problema. Personalmente estuve organizando la marcha Fujimori nunca más en 2011, así como Keiko no va en 2016 y he participado activamente, desde 1992 en adelante, en cuanta movilización, manifestación, organización crítica, en contra de la visión que llego al Perú con el fujimorismo y que he descrito líneas arriba: una visión que apuesta por el caudillo como solucionador de problemas. ¿Eso es anti-fujimorismo o búsqueda de una mayoría de edad de los peruanos para dejar de ser un país adolescente y tutelado?, ¿qué otro nombre debe tener?