“Los tradicionalistas dicen que rompí la tradición del retablo, dicen que lo ‘jodí’ al retablo. ¿Que querrán?, ¿que siga haciendo nacimientos?”, son las palabras del antropólogo y genial retablista ayacuchano Edilberto Jiménez, “mi ética y mi estética estuvieron ahí en la guerra… como si fuera fotografiando y mis trabajos pertenecen a ellos, son de ellos, de miles de torturados, desaparecidos, asesinados. Para unos es una artesanía, para otros es un arte…” es lo que confiesa con indignación este maestro del expresionismo peruano. Edilberto Jiménez, 54 años, caminante de muchos caminos hacia Oronqoy, Pallcas, Lirio Qaqa y demás zonas alejadas de Chungui, el distrito más golpeado de Ayacucho, adonde llegó para dibujar y recoger las historias de terror de sus habitantes, que posteriormente convierte en retablos. Una muestra de 35 años de su trabajo artístico se inauguró en el LUM ayer. Hace algunos años el IEP publicó la segunda edición de Chungui, un libro que recoge las centenas de dibujos que hizo Jiménez en su recorrido por esos valles y cerros del dolor y la abyección. Los retablos ayacuchanos pertenecen a una tradición que se remonta a la época de la conquista cuando los españoles traían al nuevo mundo a sus santos en cajas de madera. Estas se convirtieron en “sanmarcos” de dos niveles, generalmente, representando a los santos y patronos de las cosechas o el ganado en la parte superior y las actividades de los campesinos en la inferior. No fue sino hasta que el genial Joaquín López Antay ganó el Premio Nacional de Cultura en 1975 que cobraron fama en todo el Perú. La tradición del retablo ayacuchano se asentó poco a poco. La profesora de la PUCP María Eugenia Ulfe, especialista en el tema, recuerda que los retablos son productos culturales vinculados estrechamente con las historias de las comunidades y, en ese sentido, “los retablos se entrecruzan y conforman diferentes formas de memoria: popular, histórica, emblemática, testimonial, individual y colectiva. Este hecho convierte a los retablos en manifestaciones de arte importantes a partir de las cuales se representa al Perú”. Edilberto, quechuahablante, es hijo del reconocido retablista Florentino Jiménez y pertenece por familia a una larga tradición de imagineros. Sus hermanos y su padre fueron rompiendo sutilmente con el encajonamiento del retablo e incorporando temas de la vida cotidiana, así como una crítica social y política. Edilberto, a diferencia de ellos, recoge con una libretita y un lapicero las memorias de los ayacuchanos golpeados por los años duros de la violencia, en un afán etnográfico que luego plasma en su obra: “la guerra maduró aún más mi arte en esos matices (rojo, negro, amarillo, blanco, dorado). Mis trabajos tenían nuevos nombres (muerte, peregrinaje, llanto, río de sangre, flor de retama, choque armado, las viudas, etc.). La sangre había entrado, y con el manto negro había cubierto mis retablos. La caja del retablo ya no era el mismo, mas era un ataúd...” asevera. Uno de sus retablos más impresionantes “El sueño de la mujer huamanguina” –ahora en Salvador de Bahía– tiene una sola puerta que está decorada con las tradicionales flores, pero pintadas en negro y blanco con un marco rojo. El arte del retablo no puede permanecer fijo sino, por el contrario, debe de serle fiel a los sentimientos del pueblo que los cobijó. Las obras de Edilberto Jiménez reflejan ese compromiso.