La revolución rusa, cuyo centenario se conmemora en estos días, se hizo en nombre de las ideas de Carlos Marx, pero su éxito contradijo los pronósticos de gran revolucionario alemán en algunos puntos cruciales. El gran filósofo italiano Antonio Gramsci estuvo entre los primeros en señalarlo en un artículo del cual me he prestado el título. Marx creía que la revolución proletaria se produciría en los países capitalistas industrializados, allí donde el propio desarrollo capitalista impulsaba la formación de grandes masas de obreros, el ejército revolucionario que abatiría el poder de la burguesía. Pero en los países capitalistas más avanzados, como Inglaterra en el siglo XIX y Estados Unidos en el siglo XX, las masas proletarias no se identificaron mayoritariamente con las ideas marxistas. Sí lo hicieron las de los países del tercer mundo. La revolución rusa triunfó en un país atrasado, con un 85% de población rural, donde las relaciones feudales eran dominantes, y donde el desarrollo capitalista había creado un proletariado joven y combativo, pero numéricamente reducido. Esta situación volvió a plantearse en las revoluciones socialistas que sucedieron a la rusa, que triunfaron en países atrasados, donde el capitalismo era muy débil, la clase proletaria era reducida y la clase campesina era ampliamente dominante: China, Corea, Vietnam. Este hecho tuvo importantes consecuencias. Los revolucionarios que tomaron el poder en Rusia en 1917 debieron emprender la construcción del socialismo en un país social cultural, económica y tecnológicamente atrasado, donde las relaciones feudales eran dominantes en el campo, y donde no existían las bases materiales para emprender la industrialización del país. Los dirigentes soviéticos llegaron a la conclusión de que era necesario desarrollar una “acumulación originaria socialista”, que sentara las bases materiales para poder emprender la construcción del socialismo. Finalmente Stalin la llevó adelante a través de la colectivización forzada del agro, un proceso brutal que, según se sabe ahora, tuvo un costo de decenas de millones de vidas, que vició irremediablemente el proceso de construcción de una república de los trabajadores. Similarmente fue trágico resultado del intento de industrializar aceleradamente la China maoísta a través del “Gran Salto Adelante”, que provocó un gran desastre económico con un enorme costo social para la población. La teoría de Carlos Marx asumía que el proletariado de los países desarrollados tomaría el poder e instauraría el socialismo. Pero las revoluciones socialistas triunfaron en países atrasados, con características económicas sociales muy diferentes a las de los países capitalistas desarrollados. Fue necesario entonces enfrentar situaciones completamente nuevas, ante las cuales había que improvisar. Así, una serie de decisiones, asumidas inicialmente como respuestas inmediatas a situaciones de emergencia, terminaron convirtiéndose en un nuevo sentido común oficial: es el caso de la decisión de los comunistas en China de vestir a un país de 700 millones de habitantes con un uniforme común, con apenas tres colores para escoger. Esto, que era una manera de encarar una emergencia económica, terminó convertido en la virtud revolucionaria de la disolución de la individualidad para fundirse en el colectivo, que se plasmó en ese terrible lema maoísta, levantado en el país por Sendero Luminoso: “El individuo no es nada, la masa lo es todo”. La diferencia de fondo, al comparar la teoría de Marx con su aplicación a la realidad, es que la revolución rusa y todas las que siguieron tras de su estela durante las décadas siguientes, se hicieron en nombre del proletariado, pero no le dieron el poder a este. En su lugar, fue la burocracia la que se apropió del poder. Ninguna de las revoluciones hechas a lo largo del siglo XX en nombre del proletariado le entregó el poder a este, y en todos los casos el poder terminó en manos de una burocracia. Esto no puede atribuirse ya a causas contingentes, como: “la degeneración burocrática” que deformó el Estado obrero en Rusia, según los trotskistas, o “el triunfo de una camarilla contrarrevolucionaria” que restauró el capitalismo en la China, según los maoístas. Hay problemas en la teoría misma, en el modelo social que de ella deriva, que deben ser motivo de discusión.