Fue hacia el año de 1967 que escuché por primera vez “Adiós pueblo de Ayacucho” en la guitarra de Raúl García Zárate. Descubrí luego que el remezón que recibí era compartido por miles de peruanos, igualmente deslumbrados por su prodigiosa interpretación. Vengo de una familia con una larga tradición guitarrística y este fue recibido como un acontecimiento deslumbrante. Un buen amigo me comentó, días después: “Con Raúl García Zárate la música andina adquiere la gran dignidad que antes le era negada”. La música andina gozaba entonces de escaso aprecio en la costa, en parte debido a que las disqueras, para ahorrar costos, recurrían a formar grupos eventuales de baja calidad y en general los grupos existentes recurrían a salas de grabación precarias, así que los productos que entregaban al público eran mediocres, lo cual reforzaba el prejuicio de que se trataba de una música elemental, primitiva, sin nada valioso. El LP Ayacucho rompió radicalmente con esos antecedentes. La interpretación de Raúl García Zárate era novedosa, límpida, fresca, profunda, sensitiva. La calidad de la grabación tampoco se quedaba atrás. Los técnicos de Sono Radio lograron un álbum de una gran calidad. Sinceramente no encuentro una grabación superior a esta en los innumerables discos que luego le grabaron al maestro. Según dicen, Sono Radio tenía equipos de sonido gemelos de los de la Egrem, la legendaria disquera cubana donde se grabó la banda sonora de la película Buena Vista Social Club. Raúl García Zárate, aparte de ser uno de los guitarristas más grandes de nuestra historia, ha sido también autor de los maravillosos arreglos que interpreta y que se han convertido en parte de nuestra memoria sonora. La guitarra de don Raúl ha educado durante estas décadas la sensibilidad de innumerables peruanos. Él ha paseado su arte por los escenarios del Perú, América, Asia y Europa, recibiendo innumerables distinciones (llama la atención que no figure entre ellas un doctorado honoris causa, que bien lo merecía). Mi hijo Gonzalo, que es concertista de guitarra y tiene en su repertorio una importante cantidad de obras del maestro, me hizo una observación muy interesante: posiblemente la guitarra ayacuchana sea el último reducto donde se ha refugiado la ornamentación instrumental típica de la Edad Media y del Barroco temprano. El prodigioso uso de apoyaturas, tresillos, glissandos, trinos, mordentes que se usan en la guitarra ayacuchana y en cuya ejecución García Zárate es maestro de maestros, fue la manera habitual de interpretar la música barroca y fue traída por los conquistadores, de los cuales pasó a la ejecución de los vihuelistas americanos, para encontrar su último refugio en los Andes peruanos, en la ciudad Ayacucho. La guitarra andina de Raúl García Zárate combina la sensibilidad y el color de la música andina y las técnicas de ejecución barrocas traídas con los ancestros de la guitarra española. Evoco un recuerdo. Hacia 1967 era secretario de cultura de la Asociación de Alumnos Residentes de la Universidad Nacional Agraria y decidimos organizar una semana cultural. Con un gran amigo, Javier Llaxacóndor tuvimos la idea de invitar a Raúl García Zárate para ver si se animaba a dar un concierto en la Universidad, gratuitamente, porque no teníamos cómo pagarle. Lo buscamos en su oficina en el Ministerio de Trabajo y nos presentamos. Era una persona muy sencilla y modesta y le contamos que en la Universidad Agraria vivían unos 2 mil ayacuchanos migrantes, que trabajaban las tierras de la Universidad. Quizá fue la ilusión de encontrarse con sus paisanos lo que hizo que don Raúl aceptara. Buscamos entonces a uno de nuestros profesores más queridos, José María Arguedas, y le consultamos si estaría dispuesto a presentar a García Zárate. Contestó que sería un honor y nuestro invitado tuvo la misma reacción cuando le contamos que sería presentado por su ilustre paisano. Desgraciadamente en esa época los estudiantes no contábamos con equipos de audio o vídeo para preservar ese momento inolvidable. La última vez que conversé con don Raúl fue en el estreno de la película Kachqaniraqmi de Javier Corcuera. Le recordé cómo vino a deslumbrarnos con su mágica guitarra en La Molina. Rió de buena gana y dijo con buen humor: “¡Entonces sí que tocaba!”. La herencia de don Raúl durará por muchas generaciones. Por fortuna nos ha dejado no solo una gran obra grabada sino cantidad de discípulos, gracias a su preocupación por la difusión y por la formación cultural de los jóvenes, haciendo hasta materiales para el aprendizaje de la ejecución de la guitarra andina. Expreso mi pésame a todos sus seres queridos. Descanse en paz, Maestro.