Los problemas del censo del domingo pasado han dado lugar a una serie de críticas hacia el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), varias de ellas justificadas y otras bastante menos. La institución viene siendo cuestionada con dureza, rodó la cabeza de su jefe interino y ahora se espera el nombramiento de un nuevo jefe. No pretendo negar los problemas, pero quiero ofrecerles una mirada más amplia sobre el INEI que cuestione alguno de estos calificativos fáciles y permita avanzar hacia una agenda más propositiva. Probablemente lo que diga no sea popular en este momento de indignación, pero sin nos quedamos en la crítica superficial perderemos una oportunidad de promover una mayor calidad estadística en el país. Desde el año pasado participo en una investigación del Banco Interamericano de Desarrollo sobre la capacidad estadística de diez países de América Latina. Me ha tocado mirar al INEI en profundidad, así como analizar junto a otros colegas qué factores explican la fortaleza o debilidad de otras nueve oficinas nacionales de estadística en la región. Pues bien, esta mirada al INEI muestra una institución reconocida como competente, que cumple con producir información relevante para el Estado y diversos sectores privados. Desde una perspectiva comparada, el INEI es un caso de calidad intermedia, evaluado por encima del promedio de la burocracia peruana, que ha logrado construir cierta capacidad en forma gradual y sostenida. Investigadores y usuarios entrevistados señalaron varias críticas e insuficiencias a su labor, pero en general reconocen el profesionalismo de varios de sus funcionarios. A su vez, el estudio detectó debilidades: ausencia de peso político y autonomía funcional, lo que le dificulta iniciar reformas o exigir más atención a sus necesidades; debilidad presupuestal que afecta la calidad de su personal y equipos; limitada innovación en nuevas formas de producción de datos; entre otras. Algo resaltado por varios entrevistados fue que dadas las condiciones en las que desarrolla su labor, sorprende que la institución logre hacer todo lo que hace. La situación se agrava pues al INEI le cuesta retener a su personal; tras capacitarse, parten a puestos mejor remunerados. Sin renovación, la jubilación de varios de sus técnicos, ya bastante mayores, tendrá un impacto muy negativo en su capacidad. Entonces, los problemas con el censo sin duda muestran debilidad en una de las principales funciones del INEI, pero para buscar soluciones es necesario reconocer que estos problemas son en parte consecuencia de la baja prioridad que le han dado los gobiernos desde hace décadas. Los ochenta, entre crisis económica y desinterés político, pauperizaron al INEI. El Fujimorismo tuvo una mirada limitada sobre la importancia de la estadística, además de ser, como sabemos, opaco en su manejo de la información. La transición democrática permitió mayor calidad y transparencia en el instituto, pero en los gobiernos sucesivos estos cambios han sido limitados. Hay, entonces, una gran responsabilidad de los gobiernos en el problema y una agenda de reforma más amplia que cambiar su jefatura. Un cambio real pasa por dotar de recursos y aumentar el salario de su personal, especialmente a sus altos cargos y técnicos. Pasa por crear un Consejo Directivo de alto nivel que refuerce su calidad y lo blinde de presiones políticas. La experiencia comparada puede ayudar en este esfuerzo: una mirada a las reformas de los hoy muy competentes institutos de México y Brasil nos daría algunas ideas de cómo aumentar la calidad y autonomía del INEI. La salida fácil es continuar con la crítica como hasta ahora, reformar requiere mucho más que eso. PD. Mi solidaridad con ANFASEP, una institución digna y valiente, frente a críticas tan idiotas como peligrosas.