Afecta las relaciones interpersonales y a cada individuo y lo hará de manera creciente si no sabemos modular estas herramientas que se han vuelto insustituibles. El aterrador y creciente espacio de nuestro tiempo y energías que ocupamos en leer información o comunicaciones por Facebook, correo electrónico y demás tiene costos y consecuencias importantes en los dos ámbitos. En las relaciones familiares, por ejemplo, muchas veces se ve cómo lo que debía ser una gregaria y amena mesa para almorzar un domingo en un restaurante entre padres e hijos se ha transformado en un mero lugar de coincidencia física de individuos ensimismados en su respectivo dispositivo electrónico. Terrible. En relaciones de pareja no es inusual que una –o dos– de las partes acabe en el extremo de dormirse no abrazando a su pareja, sino a su Ipad “made in China” convertido, a esas alturas, en inusual objeto de deseo esperando, acaso, más mensajes o noticias vía Whatsapp o Facebook, si en inglés, tanto mejor. En el plano individual, si no se tiene mucha disciplina se acaba destinando cada vez más tiempo en cadenas interminables de mensajes, notas y más notas –a las que nos remite la precedente– en perjuicio de un libro o del deporte. Existe un excelente artículo de Alex Stubb, joven (49) ex primer ministro finlandés, ministro de Relaciones Exteriores de su país a los 40 años de edad, ex integrante del parlamento europeo y autor de decenas de libros. Stubb, ahora alto ejecutivo de un banco internacional, en ese artículo pone el dedo en la llaga en este asunto y analiza lo que puede haber detrás. Explica cómo cada vez lee menos libros por la sencilla razón de que ese espacio lo viene ocupando su smartphone o Ipad. Tres aspectos destacan en esto. En primer lugar, que estas formas de comunicación van modulando la dinámica cerebral para leer un párrafo o dos y pasar luego a otra cosa con un click. Algunos neurocientíficos han analizado este fenómeno y concluido que cada una de esas novedades nos genera una dosis adicional de dopamina en el organismo. Aplicada a las ratas, una dosis extra de dopamina se ha constatado que los roedores llegan a preferirla sobre la comida o el sexo. Como el abrazo al Ipad para dormir; igual que los humanos. En segundo lugar, el efecto que tiene en el uso de nuestras energías. Los estudios han demostrado que navegar por la web cansa mucho más que una lectura atenta y concentrada. Así, no es que nos falte tiempo para leer un libro, sino que buena parte de nuestra energía ya se canalizó frente a una pantallita y que al abordar el libro a la tercera página se nos cae de las manos. En tercer lugar, el relegamiento del libro como consecuencia de todo lo anterior y las posibilidades reales de cambiar. Lo sufrimos todos, o casi todos. Si es verdad que normalmente podemos leer alrededor de 400 palabras por minuto, en una hora podríamos leer alrededor de 24,000 lo que equivale a 50-60 páginas diarias por lo menos. Visto ese balance y las posibilidades desperdiciadas, lo que inteligentemente propone el finlandés Stubb es un experimento que consiste en aplicar la fórmula 1+1+1, en la que se debe tratar de separar diariamente una hora para leer un libro, otra hora –máximo– para algún aparatito electrónico (del que mejor es no aferrarse concupiscentemente al dormir…) y la tercera para algo de deporte o gimnasio. Esto se debería traducir, de acuerdo a la idea de Stubb, en programar seriamente la fórmula del 1+1+1 para darle cumplimiento en el lapso de un año. Sería interesante sumarse a ese experimento en el que, sin duda, lo más duro es poder autorregular la “urgencia” de chequear el correo o whatsapp a cada rato tomando distancia frente a redes, facebooks y demás.