Luego de leer la entrevista a la congresista Cecilia Chacón publicada en el diario El Comercio (08/10/17) y de escuchar en un canal de televisión a la también congresista Úrsula Letona, ambas de las filas del fujimorismo, donde dicen: a) que “Fuerza Popular no es el partido de Alberto Fujimori.”; b) que “Alberto Fujimori sigue sin creer en los partidos políticos”; c) que Alberto Fujimori “si quiere, podría inscribirse también (en el partido)”; y d) que, si bien Alberto Fujimori es “nuestro líder histórico y fundador del movimiento”, la lideresa es Keiko Fujimori; uno puede concluir que la pelea entre los hermanos Keiko y Kenji Fujimori va más allá de la simple liberación del padre. La guerra al interior del fujimorismo ha sido declarada de manera pública y hasta agresiva. Alberto Fujimori ha pasado a la categoría de precursor de un fujimorismo que ya no le pertenece. Una suerte de pieza de museo que se honra y venera pero que es parte de un pasado que es mejor superar y si es posible olvidar. La pelea de Keiko por consolidar su liderazgo en el fujimorismo no es contra su hermano sino más bien contra su padre. Este hecho nos debería llevar a preguntarnos si el conflicto entre Keiko y su padre es similar al que tuvo y tiene hasta ahora Marine Le Pen, lideresa del Frente Nacional, movimiento de ultraderecha francés, con su padre Jean Marie Le Pen, fundador de dicho movimiento. Por ello, cabe preguntarse si estamos ante un cambio de forma y contenido del propio fujimorismo, similar a lo que hoy sucede en el Frente Nacional francés. Así como Marine Le Pen, la hija, busca prescindir de los rasgos abiertamente fascistas que el padre imprimió a ese movimiento, Keiko Fujimori estaría buscando eliminar (o superar) la relación entre fujimorismo y golpe de Estado, con lo cual estaría redefiniendo no solo el origen sino también el contenido mismo del fujimorismo. Este proceso no nos debe extrañar. Los nuevos movimientos de ultraderecha en Europa, como lo muestran una serie de trabajos, además de sus rasgos xenófobos, nacionalistas y antielites, tienen como un nuevo componente la búsqueda de su legitimidad política mediante los mecanismos de la democracia electoral. Ya no estamos, por lo tanto, frente a un fascismo que primero organiza fuerzas de choque para luego, como sucedió en la Alemania de Hitler y en la Italia de Mussolini, asaltar el poder. Los avances electorales que hoy tiene esta nueva ultraderecha en varios países de Europa nos están mostrando, como diría Guillermo O’Donnell cuando hablaba de las “democracias delegativas” en la región, que estamos frente a un nuevo “animal político”. En este contexto, Keiko Fujimori representaría hoy una suerte de “populismo de derecha” de corte plebeyo y conservador, similar –no igual– a los que están apareciendo, como hemos dicho, en Europa y también en EE.UU. con el triunfo de Donald Trump. Es decir, un populismo que se legitima con los mecanismos de la democracia electoral y con el voto y apoyo de una masa de electores distantes de la política y de las elites. Es decir, conquistar un gobierno de derecha, pero no de clase, como es el del gobierno de Macri en la Argentina, como afirma Pablo Touzón. Mi hipótesis es que este nuevo fujimorismo tiene dos canales de alimentación que le permiten mantener y reproducir su identidad política: por un lado, la continuidad de un proyecto neoliberal que es económico y social, que aumenta las desigualdades y las distancias sociales, que permite la captura del Estado por los lobbies y los poderes fácticos, y que abre un espacio para la confrontación entre elites y “masas plebeyas”; y, por otro, una democracia liberal (en realidad, neoliberal) elitista y precaria que, junto con la crisis de los partidos, aumenta la desafección política y los malestares en torno a esa misma democracia. Por eso creo que podríamos estar frente a un nuevo ciclo político que tiene como características principales, de un lado, cerrar el sistema político mediante una supuesta reforma electoral para restringir la participación de las fuerzas progresistas, y del otro, la posibilidad de un pacto político entre este populismo de derecha y los sectores neoliberales para incluir a los fujimoristas, blindar a los corruptos y mantener el proyecto neoliberal. Una suerte de sanchezcerrismo en pleno siglo XXI. En este contexto, habría que pensar en crear un “populismo democrático de izquierda” como fuerza opositora.