El discurso de la primera ministra, Mercedes Aráoz, marca la continuidad de la política económica, esta vez con puentes definidos y concretos hacia la mayoría fujimorista en el Congreso. Difícilmente se podía esperar otra cosa, dadas las características de ambos grupos políticos. Apoyados sobre los “brotes verdes” que señalan una mejora de los precios de las materias primas, el discurso se alínea sobre el eje de “los US$ 10,000 millones de inversión en cinco proyectos mineros Quellaveco, Corani, Michiquillay, ampliación de Toromocho y Mina Justa”. El problema no es la inversión minera en sí misma sino que el gobierno ha dejado pasar lo que en la reciente reunión anual del FMI y del Banco Mundial se ha llamado la “ventana de oportunidad”. ¿Cuál es? Dice el FMI que la mejora de la economía mundial es pasajera y que siguen existiendo muy graves problemas en el mediano plazo, provenientes del excesivo endeudamiento causado por las inyecciones monetarias de los bancos centrales, así como de la permanencia de las bajas tasas de aumento de la productividad en el mundo entero. Es por eso que, mientras dure, “para los países emergentes exportadores de materias primas, que se beneficiaron del rápido crecimiento manufacturero de China en los últimos años, los precios de exportación permanentemente más bajos llaman a poner en marcha nuevos modelos de crecimiento”. Nótese bien que se dice el “crecimiento manufacturero de China”. O sea que China para crecer con diversificación productiva manufacturera necesitaba proveerse de materias primas, lo que elevó sus precios. Nosotros, en lugar de aprovechar esa ocasión para diversificar, nos quedamos “golpeando a la misma piedra”. Y ahora que se abre una temporal “ventana”, hacemos caso omiso de las lecciones del superciclo (que terminó en el 2013) e insistimos en lo mismo. ¿Cuál sería ese nuevo “modelo de crecimiento”? Difícil saberlo porque no hay un señalamiento concreto en sus documentos, más allá de recomendaciones para mejorar la infraestructura productiva, elevar la inversión en capital humano y mejorar la recaudación fiscal. Pero existen alternativas. Por ejemplo, los economistas de Harvard Ricardo Hausmann y César Hidalgo publican desde hace varios años el Atlas de la Complejidad Económica (1), que explica la composición del aparato productivo con dos variables. La primera es la diversidad productiva, que define como la cantidad de productos distintos que fabrica y exporta un país: mientras mayor sea ésta, mayor es la calificación. Estos países son EEUU, Japón y Europa, principalmente, así como China, India, Corea del Sur y Brasil, entre otros. La segunda es la ubicuidad, que mide la complejidad de los productos a partir del número de países que pueden producirlos. Así, por ejemplo, la pesca artesanal y la agricultura están en todos los países del mundo, pero los aviones y los “Smart phones”, al ser más complejos, solo se producen en algunos países. Como era de esperarse, estamos relegados en ese Atlas mundial. Lo interesante es que HyH han medido ese índice tomando como universos a países individuales y ya existe el Atlas Peruano de Complejidad Económica (2). En este caso, quienes están superrelegados son la mayoría de provincias y distritos: en casi todos ellos hay agricultura, pesca y servicios básicos. Pero la diversidad de productos es baja. Las provincias que escapan a esta clasificación, pues su diversificación es mayor, son Tacna (50 productos), Arequipa (70), El Callao (120), Lima (270). Como estos productos son más complejos, su ubicuidad (lugares donde se produce) es menor. O sea que Tacna, Arequipa, el Callao y Lima son nuestros Estados Unidos, Europa y Japón, siendo Lima la “potencia dominante”. Este Índice permite correlacionar el crecimiento futuro esperado del país en los próximos 5 a 10 años pues mide las capacidades productivas y de conocimiento que le pueden permitir la producción de bienes más avanzados. Si nos dedicamos principalmente a actividades extractivas y no se promueven actividades productivas con valor agregado, ya sabemos que no nos vamos a mover. Lo crucial es que el avance en la complejidad económica solo se logra, de un lado, si existe el convencimiento político de que tiene que haber “otros motores” para el crecimiento y el desarrollo económico y, de otro, que se necesita el impulso del Estado, en sinergia con el sector privado. Estos planteamientos estaban siendo impulsados a partir del Plan Nacional de Diversificación Productiva del anterior gobierno por el ex ministro Piero Ghezzi. Pero han sido dejados de lado, en gran medida, por el actual gobierno. Lamentable, porque no se aprenden las lecciones para avanzar en el Siglo XXI y todos vamos a pagar las consecuencias. Reactivar la economía está bien, pero cambia poco su estructura y la dependencia de las materias primas. Por eso es mejor, e imprescindible, cambiar el rumbo y avanzar hacia su diversidad y complejidad. (1) Atlas de Complejidad Económica, Harvard University Center for International Development. (2) http://acomplexperu.concytec.gob.pe/#/