Ahora que estamos a 100 años de la Revolución Rusa, es interesante recordar uno de los planteamientos centrales de Lenin. En 1916, en plena Guerra Mundial, tuvo una polémica con el socialdemócrata alemán Carlos Kautsky que tiene mucha importancia hasta hoy, ahora que Trump se bajó el TPP y quiere renegociar todos los TLC, habiendo ya comenzado con Corea del Sur y con México y Canadá. La polémica era acerca del carácter del imperialismo, etapa alcanzada por los más importantes países capitalistas, tales como Inglaterra (potencia hegemónica), Francia, Alemania y, más recientemente, EEUU. Todos son Estados-Nación –construidos durante procesos históricos por siglos– al servicio de sus clases industriales y dirigentes. Y, debido a divergencias económicas y políticas, se habían declarado la guerra. Claramente, eran Estados-Nación enemigos. Pero Kautsky dijo que no estaba descartada una nueva fase del capitalismo: la aplicación de los cárteles a la política exterior, la fase del ultraimperialismo, de la unión de los imperialismos y no de la lucha entre ellos: la explotación general del mundo por el capital financiero unido internacionalmente. Lenin dijo que no (1): “Supongamos que todas las potencias imperialistas constituyen una alianza para el reparto “pacífico” de los países asiáticos: ése será “el capital financiero unido a escala internacional”. En la historia de Siglo XX hallamos casos concretos de alianzas de este tipo: tales son, por ejemplo, las relaciones actuales de las potencias con respecto a la repartición de China (el protocolo de 1901)”. Lenin dice que puede haber esas alianzas, pero son temporales y no eliminan las fricciones, pues cada cual busca defender sus intereses como Estado-Nación. Ya. La discusión de fondo es: ¿puede haber un gobierno universal que supere al Estado-Nación? Eso se pensó después de la II Guerra Mundial y dio lugar a las Naciones Unidas: todos los países tendrían voz y voto en la Asamblea General (pero los “grandes” se zurraron siempre en ella). Hacia eso iban los organismos de Bretton Woods en 1944: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC, que comenzó como GATT). Lo mismo con los organismos de integración regional (ALADI, ASEAN), siendo el más importante la Unión Europea (UE), que ahora constituye un mercado común y tiene al Euro como moneda. Le faltó la Constitución –fue rechazada en votación hace algunos año– para que puedan constituirse los Estados Unidos de Europa. Desde 1945 hasta hace poco, el comercio mundial creció más rápido que el PBI, haciendo a los países cada vez más interdependientes. También ayudó la caída del bloque soviético en 1989-1991, que puso fin a la revolución rusa, ingresando a la economía mundial. Y, sobre todo, el cambio de política económica en China, planteando una economía mixta (estado y mercado con diversificación productiva) y entrando a la OMC en el 2001. El proceso de globalización cuestionó otra vez al Estado-Nación, pues la liberalización comercial ahora tenía una segunda generación: propiedad intelectual, servicios, medio ambiente, leyes laborales, compras gubernamentales, arbitraje internacional para las controversias, etc. Esta “integración profunda” hace que las medidas arancelarias tradicionales (“de frontera”) se vuelvan obsoletas (no abarcan a la segunda generación). Se abre paso la armonización de políticas, que tienden a estandarizarse internacionalmente. Ojo. Ante el boicot de los países industrializados de llevar a cabo ese proceso, en la OMC surge la iniciativa de los TLC, primero por EEUU y luego por la UE. Allí se podría conseguir esa integración profunda sin la piedra en el zapato de los “nuevos chicos del barrio” (China, Brasil, Rusia, India). Después de 10 años, el TLC pasó a su “etapa superior”: el TPP de Obama agrupó a 11 países, excluyendo a China, potencia económica en ascenso. El TPP se cayó por donde nadie creía: Trump tiró a la basura los “principios del libre comercio”. El argumento es simple y en parte cierto: “para hacer a EEUU grande otra vez, hay que terminar con esos TLC que se llevan los empleos al extranjero” y, también, con las políticas permisivas para los migrantes. Los intereses de América vienen primero (que no fastidien los europeos) y no se consiguen con negociaciones. Se trata de “imponer las condiciones para que América siga siendo la potencia hegemónica del Siglo XXI y no ninguna otra” (¿cuál será?). Con matices, en Europa tenemos una vuelta al apoyo de los Estados-Nación, comenzando por el ya oficial Brexit, seguido por los procesos no exitosos en Austria, Holanda, Francia y ahora Alemania (Cataluña es de otra categoría, pero algo dice). Volviendo al inicio: ¿puede haber un “ultraimperialismo”? Parece que no y hasta Kautsky retiraría su tesis. Y, claro, Trump le da la razón a Lenin. Pero hay una pregunta clave: si bien los Estados-Nación siguen vigentes y no hay tendencia a que desaparezcan, como dicen nuestros neoliberales, ¿le conviene al mundo un EEUU “a la Trump”? Juzguen los lectores. (1) Vladimir Illich Oulianov, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, 1916.