El peruano come bien, bien “taipá”, como náufrago recién rescatado o como camionero. Eso solemos decir entre bromas y con orgullo cuando describimos cómo somos cuando de comer se trata. Tenemos una fama bien ganada por nuestra capacidad de saborear un platillo de alta cocina como el de un huarique o carretilla donde comemos bien despachado y barato. Pero claro, nos referimos a la cantidad, a la abundancia y al sabor pero no a la calidad. Resulta contradictorio que un país reconocido por su gastronomía y biodiversidad, sea uno con los más altos índices de desnutrición, anemia, sobrepeso, obesidad y desperdicio alimentario. Entre los casos más dramáticos está Puno, región donde el 80% de niños menores de tres años sufre de anemia, y Amazonas donde esta enfermedad en niños entre los 36 meses y los seis años pasó del 41.7% en 2011 a 60% en 2014, según cifras del Programa Mundial de la Alimentación -PMA. Es también una paradoja que el Perú haya logrado en los últimos 16 años disminuir en 20 puntos la pobreza extrema, reducir a la mitad –entre 1990 y 2015– el número de personas que sufre de hambre y en los últimos diez años rebajar del 29% al 14% la desnutrición crónica en niños. Sin embargo, la desnutirición crónica infantil sigue afectando al 13.1% de niños menores de cinco años, el 43% de niños con menos de tres años sufre de anemía, la obesidad y sobrepeso siguen en aumento con mayor incidencia en niños entre los cinco y nueve años. Un estudio del PMA y la CEPAL revela que en la última década la desnutrición crónica cuesta un 3% del PBI anual de un país promedio como el Perú. Provoca vergüenza pensar que los alimentos que terminan en la basura podrían atender las necesidades nutricionales de 2 millones de peruanos, como ha señalado la FAO. Saber qué comer, cuánto y qué tan nutritivo es parece simple pero no lo es, implica un cambio cultural que obliga a tomar acciones concretas y reales. Vamos por nuestro plato bien “taipá” pero aprendamos y enseñemos a comer realmente bueno, bonito y barato.