Comienza a calentar la campaña presidencial y los anuncios de precandidaturas. Los rostros más visibles ganan notoriedad, y los diversos perfiles hacen conocer sus motivaciones para ser jefes de gobierno. Sin embargo, la gran mayoría tiene sobrediagnosticados los problemas del Perú, pero no proponen nada distinto.
Por ejemplo, Milei identificó, desde el inicio, que el problema principal de los argentinos era la situación económica en general y la inflación en particular. Frente a esto, planteó un shock: ajustes fiscales, darle independencia al Banco Central, suprimir los subsidios, dolarizar la economía, etc. No solo se indignaba por lo mal que estaba el país, sino que planteaba salidas al problema de fondo, sin perjuicio de su posterior plan de gobierno y discurso político.
En el Perú, al igual que en Argentina, estamos cansados de escuchar la descripción de lo que vivimos en el día a día y hartos de la indignación de sofá. Nos dicen “no hay país viable sin seguridad ciudadana”, “acabaremos con la corrupción”, “el Congreso es cómplice del crimen organizado”, “la pobreza sigue aumentando”, etc. Al parecer, no entienden que enrostrarnos la triste realidad no va a cambiar nada.
Luego de esa perorata, cuando se les pregunta a los precandidatos ¿qué van a hacer para que eso cambie?, responden: “pena de muerte”, “asamblea constituyente”, “bloqueo de celulares en las cárceles”, “mayores penas y más Challapalcas”, “salirse de Sistema Interamericano”, etc. En definitiva, aparentes soluciones fáciles a problemas complejos.
Los partidos cascarones nos han llevado a que se piense más en cómo desprestigiar al adversario que en plantearle al Perú una idea de país y alternativas serias, concretas y viables ante las grandes amenazas que enfrentamos. Pero como electores tenemos que exigir que esto cambie.
Lo expresado es un llamado a que se deje de sobrediagnosticar al Perú y se acabe con la indignación ociosa. Necesitamos políticos con decisión y claridad sobre los problemas del país. En el contexto en el que vivimos, divagar, ahogarse en doctrinas añejas y solo quejarse los convierte en parte del problema.
Finalmente, a esta altura del partido, nadie exige un plan detallado ni un programa de gobierno completamente definido, pero sí soluciones tangibles y una estrategia sobre cómo, desde la presidencia, se pondrá fin a los principales problemas del país. En definitiva, necesitamos menos quejas y más luces sobre el camino que nos permitirá salir de este oscuro hoyo en el que nos encontramos en el Perú.