Aún lejos de la convocatoria oficial el próximo abril, 42 partidos políticos nacionales exhiben sus colores en el Registro de Organizaciones Políticas. 19 más siguen en carrera para lograrlo. Es teóricamente posible que 61 partidos lleguen a luchar, aliados o separados, por la conquista del voto. Con las primarias abiertas, simultaneas y obligatorias (PASO) derogadas por el Congreso, es también hipotéticamente posible que ningún partido saque más de 5% de la votación nacional para el Parlamento. En ese supuesto dramático —quedarnos sin Congreso— ni la Constitución ni la ley establecen solución alguna. A nadie jamás se le ocurrió que esto podría pasar.
Si se toman la molestia de revisar cada una de las 42 inscripciones, encontrarán a los 10 partidos que hoy tienen presencia en el Congreso y a unos diez más cuyo pasado político ya ha colocado en el poder o sus cercanías. Otros 20 corresponden a absolutos desconocidos que están reclutando políticos con alguna experiencia o, muy común, todavía no están haciendo nada. Resulta entonces muy prematuro adelantar una campaña, sobre todo con una ciudadanía cada día con menos afecto a la democracia, que suele decidir su voto el mismo día de la elección.
Sin embargo, ir a votar desinformado o desencantado solo va a añadir un quinquenio más al desastre que estamos viviendo y cuyo origen muchos situamos en la derrota de Fujimori el 2016, que origina un ciclo de precariedad institucional y economía mercantilista. Lamentablemente, nuestro sistema democrático nos da una sola oportunidad obligatoria, cada 5 años, de enmendar. No hay otra. Solo una. Si sale mal, las consecuencias duran un quinquenio, pese a los cambios presidenciales.
Así, en este contexto, tan anticipado, dos candidaturas irrumpen. ¿Por qué tan pronto? Porque teniendo poco, necesitan trabajar mucho y calculan que deben posicionarse con urgencia. Uno es Rafael López Aliaga y el otro es Martín Vizcarra. Guste o no, ambos han decidido adelantarse y hacer algo que sus potenciales adversarios no están haciendo: hacer política.
López Aliaga quiere imitar el discurso de Trump y de Milei. Parece sentirse cómodo en la narrativa del discurso soez y agraviante. Utiliza la misma retórica y hasta a los mismos enemigos (las consultorías, las ONG, los corruptos, los caviares, los comunistas y, por supuesto, la prensa), pero tiene que resolver enormes contradicciones. Su mensaje puede funcionar con el 4% de intención de voto que le da Ipsos en una última encuesta (colocándolo en segundo lugar, después de Keiko Fujimori), pero no puede pretender ganar predicando solo para su propio coro. Para expandir su electorado, debería tener una posición de oposición al poder (como Trump o Milei) y no ser parte de la alianza de facto que gobierna desde el Congreso. Al votar en alianza con APP y FP para sostener a Boluarte en el poder, jamás será Milei enfrentando al peronismo o Trump enfrentando a Biden.
Luego vienen las contradicciones de fondo. Milei es liberal en lo económico. Trump no lo es y López Aliaga, mucho menos. Solo los mercantilistas pueden desconocer la propiedad privada (casos en Vía Expresa Sur y la ampliación de la autopista Ramiro Prialé) negándose a solicitar la expropiación y pagar el justiprecio que manda la ley. Solo alguien que desprecia el libre mercado puede resolver contratos “porque yo digo que son corruptos”, sin orden judicial. Estas conductas cuestan carísimo a todos los peruanos, pero dan cuenta de las inconsistencias políticas y de la penosa gestión de Lima.
En lo accesorio, nadie ha ganado una elección insultando a periodistas, y mucho menos mujeres periodistas. ¿No recuerda acaso a su adversario Daniel Urresti? ¿No le sirvió de lección? López Aliaga quiere emular la matonería de Trump, pero no es Trump. Y Renovación Popular, con todo el conservadurismo de sus pastores evangélicos, no es el Partido Republicano, aunque los inviten a sus cócteles.
Por otro lado, tenemos al expresidente Martín Vizcarra. Probablemente, el personaje que causa más virulencia a todos sus adversarios porque, guste o no, está haciendo una campaña exitosa en redes sociales. Tan exitosa que López Aliaga se ha visto obligado a imitarla, pero con esteroides. Todavía es muy temprano para ver si estas incursiones les otorgan el voto joven, pero ahí se dirigen.
Vizcarra es tan temido que ya se le prohibió postular. Tiene más inhabilitaciones que Antauro Humala. Dos, de cinco y diez años, y una más en camino. Por otro lado enfrenta un proceso penal por las coimas en Moquegua que puede condenarlo pronto, pese a que todavía la Fiscalía no puede encontrar dónde está el dinero que recibió. La apuesta de Vizcarra, a lo Petro, es lograr que la Corte Interamericana de Derechos Humanos lo autorice a postular. Toda la campaña mediática en su contra solo ha logrado algo que parece increíble: lo ha hecho más fuerte frente a la audiencia y le está construyendo un caso más sólido frente a tribunales internacionales.
Sin embargo, Vizcarra tiene un pasivo inmenso. Fue un pésimo gestor de la pandemia, cerrando innecesariamente la economía y obligándonos a aglomerarnos para comprar alimentos luego de draconianos toques de queda. Su enfoque fue punitivo y sin ningún sentido común. 300.000 muertos pesan demasiado. Cuando fue derrocado, no había una vacuna comprada y él había participado en secreto en el experimento de Sinopharm con dos miembros de su familia. Esa infamia le costó caro, pero, pese a eso, fue el congresista más votado con más de 100.000 votos en Lima. Si les ganó a todos cuando la indignidad estaba caliente, cuatro años después y miles de horas en TikTok, ¿cuál será el resultado?
Hay además una variable que debe considerarse. El pueblo peruano suele reivindicar a los gobernantes derrocados. Belaunde regresó al poder en 1980, luego de 12 años de dictadura militar, más por la emoción que por la razón. Vizcarra fue destituido con una enorme popularidad. Millones salieron, por última vez, masivamente a las calles, desafiando el contagio. Puede capitalizar esa injusticia a su favor o puede perderse en el margen de una elección de 42 candidatos. Todavía es muy temprano.
No perdamos tiempo respondiendo al humo. Lo mejor de la campaña está por venir y ahí vamos. Finalmente, toda elección encierra una esperanza en el futuro y ese horizonte es el que nos da vida nueva.