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Opinión

¿Faltaban guerras? Aquí hay otra, por Mirko Lauer

Una de las teorías conspirativas sobre lo sucedido en Siria asume que las potencias occidentales han alentado la rebelión de estos días para obligar a los iraníes y los rusos en esa zona a movilizarse. 

Se abre un nuevo capítulo de la guerra en el Medio Oriente, con el regreso de los rebeldes contra la satrapía siria de Bashar al-Assad. La toma de Aleppo (donde Shakespeare ubica a su Otelo por un instante) de inmediato ha movilizado recursos militares rusos y turcos, para intentar rematar a un gobierno sirio debilitado por decenios de guerra.

En la rebelión contra Assad hay de todo, desde musulmanes ultra hasta moderados. Lo que más llama la atención es la presencia de remanentes del Estado Islámico (ISIS) y de Al Qaeda. La teoría de la rebelión y sus apoyadores occidentales es que un al-Assad no acosado podría mantenerse en su alineamiento con Occidente.

En circunstancias normales, estos nuevos problemas de Damasco atraerían colaboración militar de Tel Aviv, siguiendo el dicho sobre el enemigo de mi enemigo. Todavía pueden hacerlo, pero Israel, aquejado por fatigas de todo tipo, no está en condiciones de sumarse a la nueva refriega. Salvo que lo de Siria se desborde hacia el sur.

Una de las teorías conspirativas sobre lo sucedido en Siria asume que las potencias occidentales han alentado la rebelión de estos días para obligar a los iraníes y los rusos en esa zona a movilizarse. Pero esta es una de esas guerras arcaicas que mezclan religión y petróleo con juegos de potencias y ambiciones personales que es casi imposible inventar.

Vemos, pues, que las guerras de esta hora no se están reduciendo, sino recrudeciendo y extendiendo. Hay guerras larvadas, como esta, esperando eclosionar. Probablemente también nuevas guerras, en espacios que no imaginamos. Por eso la oferta de Donald Trump sobre una paz casi inmediata en Ucrania convence tan poco.

Los senderos que se bifurcan en el famoso relato de Jorge Luis Borges empiezan a parecerse más bien a senderos que confluyen hacia un sombrío conflicto central entre los EE. UU. y Rusia, con algunos países laterales. A este último papel de comparsa, los países musulmanes se prestan de mil amores, como si hacerse matar gratuitamente fuera un encargo de Alá.

A estas alturas, en un mundo tan interconectado, ya no podemos decir que la guerra del prójimo no nos afecta de manera casi directa. Europa lo está empezando a sentir en carne propia, y algunos países ya empiezan a preparar a sus ciudadanos para la guerra contra el omnipresente vecino ruso.