A mediados del siglo XVIII, hizo su aparición en medio de la Amazonía un personaje tan enigmático como fascinante y peligroso, que se autoproclamaba descendiente de los incas y que pedía la inmediata expulsión de las autoridades coloniales. Nadie sabía muy bien quién era, y hay quienes decían haberlo visto merodear desde por lo menos diez años atrás por los alrededores, realizando prédicas y amenazas similares. No obstante, la última parte del nombre al que decía responder, Juan Santos Atahuallpa, debió lanzar una señal de desesperación (y esperanza) entre sus contemporáneos.
El llamado de Santos Atahuallpa a la insurrección prendió rápidamente y las próximas décadas hicieron de la selva central una zona de emergencia. Algunos testimonios establecen en poco más de seiscientos el número de seguidores del autoproclamado inca, cuyo movimiento mantuvo en expectativa a las autoridades políticas y religiosas de ese entonces. De repente, Santos Atahuallpa desapareció de los campamentos rebeldes y de la preocupación virreinal, de manera tan misteriosa como había aparecido en 1742. La tranquilidad de esta retirada sería relativa y unos años después, otro líder rebelde (también autoproclamado inca) desafiaría nuevamente el poder colonial, solo que esta vez desde Cusco.
El espejo anticolonial. La rebelión de Juan Santos Atahuallpa, nuevas perspectivas (Lima, 2024, p. 205) de Fernando Santos Granero, publicado por el Instituto de Estudios Peruanos, vuelve sobre los pasos del rebelde mestizo. Lo hace en un ensayo en el que revisa lo escrito en los últimos ochenta años sobre este movimiento, además de añadir documentos nuevos que permiten una mejor comprensión del líder y de su proyecto. Santos Granero es uno de los mayores especialistas vivos en la historia social y política de la Amazonía, con numerosos trabajos y un interés especial en Santos Atahuallpa desde por lo menos tres décadas.
Este nuevo libro es una necesaria puesta al día de uno de los movimientos menos conocidos, pero cuya importancia debe ser destacada precisamente en este año que se conmemora el Bicentenario de la Independencia y que la narrativa oficial está concentrada en la secuencia Lima-Junín-Ayacucho. Como el lector puede deducir, Santos Granero nos saca de los campos de batalla y salones tradicionales y nos coloca en medio de la selva central durante el último siglo de dominio colonial.
El libro no es un “estado de la cuestión”, que se limita a sintetizar los trabajos más destacados sobre Santos Atahuallpa. Todo lo contrario: es una revisión crítica de dichos estudios, señalando sus alcances, pero también sus limitaciones. Y donde el autor hace un excelente trabajo brindando el contexto de la rebelión y principalmente de la extraordinaria habilidad de Santos Atahuallpa para poder forjar alianzas en un escenario fragmentado como el del mundo colonial y en grupos que van desde los esclavos de origen africano, las órdenes religiosas, los mestizos y españoles blancos, las tribus amazónicas, la población indígena y posiblemente los ingleses.
El autor ha denominado —con toda razón— “líder intercultural” a Juan Santos Atahuallpa y como “multiétnica” y “multicultural” a la sublevación que dirigió. Con ello, ha puesto de relieve la impresionante capacidad que tuvo Santos Atahuallpa para explotar las grietas coloniales a la vez de buscar elementos en común que le permitiesen reclutar adeptos en más de un grupo étnico o social. La tarea no fue sencilla, pero el líder mestizo pudo construir un discurso en el que más de un sector descontento supo encontrar una respuesta a la opresión que ofrecía el sistema colonial: ya sea por explotación o por frustraciones debido a no poder escalar socialmente. Supo poner además a órdenes religiosas unas contra otras e invocar alianzas lejanas con enemigos como los ingleses cuando era necesario.
Un ejercicio tan ambicioso como arriesgado como este presentó obviamente una serie de problemas, siendo el mayor la dificultad para mantener alianzas permanentes entre grupos tan disímiles. Las contradicciones expuestas por el autor demuestran la volatilidad de estas propuestas, no solo al momento de enfrentar al poder colonial, sino de un eventual triunfo, algo que tampoco pudo ser resuelto por los líderes criollos después de la independencia. Y es también una invitación a preguntarnos hasta qué punto las promesas republicanas de reducción de desigualdades sociales pudieron haber sido efectivas considerando la matriz colonial y los intereses contrapuestos de estos grupos.
El libro permite plantear muchas otras preguntas. Como si no fuese suficiente con hacer dialogar y confrontar los estudios y documentos conocidos hasta hoy sobre esta rebelión, Santos Granero ha ido un paso más allá, buscando responder ¿quién era Juan Santos Atahuallpa? Él cree que su nombre verdadero era Juan González de Rivera, un condenado por la Inquisición en un auto de fe y enviado a la isla de San Lorenzo a picar piedra por tres años como parte de su condena. Siguiendo al autor, luego de este hecho, González de la Rivera se habría dirigido hacia la selva central, donde comenzó su transición para convertirse en un líder rebelde pocos años después.
Los paralelos que Santos Granero plantea entre González de la Rivera y lo que sabemos de Santos Atahuallpa invitan a considerar esta hipótesis con seriedad. Si bien queda aún un largo trecho para confirmar la identidad del líder rebelde, la propuesta de El espejo anticolonial… demuestra que el tema está lejos de agotarse. Es necesario por ello resituar la rebelión de Santos Atahuallpa no como una protesta marginal, sino devolverle la importancia que posee como uno de los movimientos más heterogéneos y complejos contra el poder español en las Américas, tanto o más que la Gran Rebelión o las guerras de Independencia de los años posteriores