“Desobediencia doméstica”, se lee en un muro de las calles argentinas, acompañado de una imagen que representa a una mujer que viste un delantal mientras rompe —con una sonrisa en los labios— un amasador de mano. ¿Cuántas mujeres habremos pensado en protagonizar esta exacta escena?
La artista urbana argentina Ailén Possamay ‘Possa’ interviene las paredes con imágenes y frases que denuncian una de las tantas desigualdades que nos atraviesan como mujeres: las labores de cuidado y domésticas sin remuneración ni reconocimiento, obligaciones que se nos han impuesto históricamente a raíz de la división sexual del trabajo.
La comida hecha, la ropa y la casa limpia, la supervisión de las infancias y de personas mayores no ocurren por arte de una varita mágica como en los cuentos de hadas. Detrás de este extenuante trabajo están mujeres —en toda su diversidad— que día a día dedican parte de su jornada para poder realizar estas actividades.
En el Perú, 7 de cada 10 personas señala que, en sus hogares, es una mujer la principal responsable de las actividades de cuidado, según reveló la Encuesta sobre representaciones del trabajo de cuidado elaborada por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Oxfam y el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán.
El cuidado del hogar y de las personas son de las labores más importantes e indispensables para la subsistencia como seres humanos, para nuestro bienestar, en fin, para que nuestras vidas funcionen. “Por amor”, “porque es lo natural”, dicen. Pero no es ni lo uno ni lo otro, es el machismo y esta estructura patriarcal que nos ha impuesto, bajo estas excusas, que debemos cocinar, limpiar, lavar, cuidar sin ningún tipo de pago.
“Eso que llaman amor, es trabajo, no pago”, plantea la filósofa italiana Silvia Federici, que sostiene que el trabajo doméstico es el que hace posible que el sistema capitalista exista y se sostenga. ¿Por qué? La respuesta está justamente en este modelo económico que nos ha hecho creer que estas labores son un atributo natural de la feminidad, que son actos que nos hacen sentir “plenas” para así aceptar trabajar sin remuneración alguna.
Además, aún persisten percepciones basadas en estereotipos de género que aún creen que el trabajo doméstico y de cuidados debe ser ejercido por nosotras: el 66% de la ciudadanía peruana cree que las mujeres pueden asumir mejor que los hombres el cuidado de las personas con discapacidad, mientras que poco más de la mitad considera que las hijas, nietas y hermanas son quienes principalmente deben asumir el cuidado de los adultos mayores.
Las consecuencias de la desigual repartición de las labores del hogar y del cuidado van desde la sobrecarga laboral para aquellas mujeres que trabajan en casa y cuentan con un empleo aparte, la afectación de la autonomía económica, hasta el impacto en sus proyectos de vida, pues no es raro ver que las posibilidades de acceder a un desarrollo académico y profesional se vean reducidos por ocuparse de estas faenas.
¿Cómo sería un mundo en el que el trabajo doméstico que realizamos las mujeres sea justamente remunerado? En el 2022, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables presentó la Ley de reconocimiento del derecho al cuidado y de creación del sistema nacional de cuidados, la cual buscaba una distribución equitativa entre hombres y mujeres de estas tareas, a la vez de reconocer los derechos de quienes son cuidados y de quienes cuidan.
Pero la ola conservadora que va arrasando con lo poco que se ha podido avanzar en el país para crear una sociedad igualitaria archivó esta propuesta en la Comisión de la Mujer y Familia del decadente Congreso de la República. Una vez más, los otorongos nos arrebataron la oportunidad de poder crear desde el Estado políticas públicas a favor de una vida libre de violencia para las mujeres.
Reclamar que el trabajo que se hace en casa sea pagado no solo pone en debate público todo lo relacionado con lo doméstico, también permite que evidenciemos las desigualdades a las que se nos somete a las mujeres al tener una doble carga laboral, además de rechazar la dependencia económica en función del hombre a la cual se nos orilla y que, finalmente, es uno de los grandes pilares que sostienen la violencia de género.
En el día de las y los trabajadores, este es un llamado no solo a replantear la carga laboral doméstica para que sea más equitativa entre pares, sino también a la desobediencia de las mujeres ante roles que nos imponen trabajos sin un mínimo de reconocimiento. Desobedecer por una misma y por todas aquellas que aún no pueden hacerlo.