Esta semana, el Instituto Peruano de Economía (IPE) hizo público el Índice de Competitividad Regional (Incore) 2023, como ha venido haciéndolo anualmente desde el 2013. El Incore intenta medir los diferentes factores que determinan qué tan competitivas son entre sí las 25 regiones del Perú.
La competitividad regional se mide por el uso que hace cada región de los recursos con los que cuenta para alcanzar un desarrollo económico y social sostenido. Así, el Incore se compone de 40 indicadores regionales, agrupados en seis pilares de competitividad: entorno económico, infraestructura, salud, educación, laboral e instituciones. El Incore de un año se elabora usando los datos del año anterior para comparar la competitividad de las regiones en términos relativos.
Por supuesto, cada año se busca mejorar incrementalmente la metodología del Incore con el objetivo de medir con mayor precisión la competitividad de las regiones. Así, por ejemplo, con la aparición de nuevos indicadores se busca ir afinando el cálculo.
Dado que el Incore evalúa el desempeño relativo de las regiones, el avance o retroceso en un indicador no implica necesariamente una mejora o un retroceso absoluto, simplemente que en términos relativos le fue mejor o peor. Esto nos trae a un punto importante. En general, los indicadores individuales de las regiones con que se construyen los pilares han tendido a ir mejorando a través de los años, hasta el 2020. Pero la pandemia cambió esta tendencia radicalmente en varios indicadores.
El ejemplo claro (para no hablar de salud) está en educación. Entre el Incore del 2013 y el del 2020 (elaborados con datos del 2012 y el 2019, respectivamente), 23 de 25 regiones mostraron avances en el rendimiento escolar de sus niños de primaria. En el 2013, solo en siete regiones el porcentaje de alumnos de segundo grado de primaria que lograba un rendimiento satisfactorio superaba el 10%. En la edición 2020, el número fue de 21. Este importante avance se revirtió casi por completo con la pandemia: en la edición 2023, en 19 regiones se retrocedió a los niveles alcanzados en el 2013.
Es importante entender que, dado que la competitividad regional es un proceso de largo plazo, es muy difícil cambiarla en pocos años. Sin embargo, con más de una década del Incore se puede vislumbrar que algunas regiones vienen mejorando a un ritmo mayor que el promedio y otras vienen, relativamente, decayendo. Ejemplo claro es Apurímac, que pasó del puesto 22 en la primera edición del Incore al puesto 15 en la última, gracias principalmente al fuerte aumento en los pilares laboral, educación y entorno económico, en buena parte por el efecto de la mina Las Bambas. Por otro lado, Ucayali ha pasado del puesto 16 al puesto 22 en el mismo periodo, por una mala performance relativa en los pilares infraestructura, laboral y entorno económico.
El IPE viene elaborando el Incore de manera consecutiva desde el 2013, con lo cual se ha convertido en una valiosa herramienta para la discusión y la toma de decisiones de políticas públicas enfocadas en el desarrollo regional. Como prueba de ello, el Incore es actualmente utilizado o citado en los planes de desarrollo concertados de, al menos, 18 de las 25 regiones.
Al margen de usar este ranking en particular, lo que realmente importa es generar conciencia de la importancia de tener verdaderas discusiones de políticas públicas basadas en evidencia contrastable. Si el público y los propios tomadores de decisiones están yendo a ciegas, sin información sistemática, la rendición de cuentas se hace imposible y lo mismo pasa con cualquier esfuerzo sensato de fijar prioridades.
Avanzar en la frustrada regionalización exige que aprendamos de los éxitos de algunas regiones. El Incore permite realizar dicho ejercicio y el IPE pone a disposición una página web (https://incoreperu.pe/portal/) dedicada exclusivamente a esta tarea. Los invitamos a usarla.