Joan Didion mezclaba en su refrigeradora los productos más insólitos. Por un lado estaban las latas de Coca-Cola que bebía por litros y con las que desayunaba luego de dejar a su hija Quintana en el colegio. Junto a ellas se apiñaban los manuscritos en los que estaba trabajando, envueltos en una bolsa y congelándose —de manera literal— a la espera de que su autora encontrara la inspiración y las ganas para retomarlos, desarrollarlos, rematarlos.
Fallecida a los 87 años, Didion era la penúltima exponente de esa banda de anarquistas de las maquinas de escribir que emprendieron una revolución de la crónica y el reportaje a la que bautizaron como «Nuevo Periodismo» (el último es Gay Talese que, a los 89 años, sigue en activo). Gracias a ellos, lo que hasta entonces era un género aséptico, neutral, exclusivamente informativo y más bien aburrido, se cargó de una fuerza expresiva sobrenatural al incorporar algunos de los principales recursos de la literatura, como la metáfora, el punto de vista del narrador y la oralidad. No es exagerado decir que algunos de los mejores relatos escritos en los Estados Unidos durante el siglo XX fueron producidos por los integrantes de la «banda que escribía torcido», como los bautizó Marc Wingarten en un libro canónico.
Nacida en Sacramento (California) en 1934, Didion se mudó un tiempo a Nueva York y entró a trabajar a la revista Vogue, pero volvió a California —con la que mantenía una relación de amor-odio—, donde desarrolló buena parte de su producción. Fue la única mujer dentro de un movimiento eminentemente masculino que incluyó nombres del calibre de Tom Wolfe, Hunter S. Thompson o Gay Talese, a los que se sumaron otros como Truman Capote o Norman Mailer. A ello contribuyeron un talento periodístico sobrenatural, una prosa en apariencia sencilla que lograba capturar las profundidades y contradicciones de la experiencia humana —dijo haberla aprendido en su juventud, transcribiendo páginas enteras de los libros de Hemingway—, y una personalidad que Leila Guerriero describe así: «Tenía elegancia y refinamiento, una belleza notable que portaba con autoconciencia y desaprensión, era endemoniadamente esnob, pero también ruda, fuerte, salvaje».
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De su generación, Didion fue quien exploró de manera más profunda sus propias vivencias y dolores. Esto se nota de manera desgarradora y magistral en «El año del pensamiento mágico», quizá su mejor libro, escrito en 88 frenéticos días tras el repentino fallecimiento de su esposo, el novelista John Gregory Dunne, por un ataque al corazón en 2005. Lo siguió «Noches azules», igualmente doloroso, motivado por la muerte de su hija al cabo de una larga y penosa enfermedad. Todo indica que estos libros la dejaron seca, exhausta, sin ganas de comer ni escribir. Junto con ellos, es autora de clásicos como «Los que sueñan el sueño dorado», «Sur y oeste», «El río revuelto» y otros muchos libros donde diseccionó con belleza y profundidad una irrepetible época de transformaciones culturales y sociales.