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Opinión

Complicada oposición

“Está claro que hay dos oficialismos a los cuales oponerse. No hay hoy un discurso opositor que realmente haga hincapié en esa diferencia”.

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En una encuesta reciente IEP detectó que 29% considera a Keiko Fujimori la principal figura de oposición. Luego 6% piensa lo mismo de Vladimir Cerrón, y más de 70% se diluye en varias versiones de “otros”. Es un cuadro extraño, pero explicable: en un contexto de perplejidad política la idea misma de qué es un opositor ha entrado en problemas.

El segundo porcentaje del cuadro (15%) es un agregado de ocho categorías de opositores, un mix variado que incluye al pueblo, a los poderosos, a la derecha, los medios, y hasta a los dos partidos de la segunda vuelta. Señal de que hay una cierta resistencia a pensar la oposición en términos de personas, y más bien como un sentimiento diluido.

Lo que ha empezado a complicar las cosas es que ahora está claro que hay dos oficialismos a los cuales oponerse. No hay hoy un discurso opositor que realmente haga hincapié en esa diferencia. Nadie, derecha o centro, apoya a Pedro Castillo versus Cerrón. Aunque en la encuesta ya se considera a este último uno de los principales líderes de la oposición.

Los dos principales espacios de la pugna oficialismo-oposición son Twitter y el Congreso. El primero es un espacio de desfleme instantáneo donde más que ideas se articulan ocurrencias. El segundo exige formar mayorías para llegar a cosas concretas, algo que intereses e ideologías divergentes no siempre permiten.

¿Cómo podemos definir a un opositor principal? Quizás como la persona cuyos cuestionamientos al gobierno por su peso se imponen a todos los demás. Es un asunto publicitario, pero también exige una dosis de eficacia. Esto último lleva a pensar que esa persona necesariamente debe tener influencia suficiente en el Congreso.

Mientras tanto, la atomización del oficialismo (real o aparente, táctica o irreconciliable) va consolidando una fragmentación del impulso opositor. Quizás por considerarse mejor estrategia esperar una crisis terminal en el gobierno que lanzarse a tratar de producirla. Además hay evidentes cálculos de costo-beneficio.

En efecto, una presidencia sometida a permanentes zancadillas por parte de sus principales cuadros y aparentes partidarios invita a esperar el desenlace. Hasta ahora un Castillo parsimonioso ha dado respuestas parcas. Pero va a necesitar bastante más para enfrentar el proceso de cerco y aniquilación que lo amenaza.