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Opinión

Enfermeras, Estado y autoridad

“Las enfermeras tienen una distinción: a diferencia de otros servidores públicos ellas ingresan, físicamente y a diario, a las casas del territorio nacional...”.

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“Las enfermeras tienen una distinción: a diferencia de otros servidores públicos ellas ingresan, físicamente y a diario, a las casas del territorio nacional...”.

Entre lo que observamos en este año de pandemia y tánatos está que cualquier medida que tome la autoridad pública para contener el contagio y la muerte está sujeta a la habilidad del Estado y de su burocracia para ponerla en práctica; desde la capacidad de persuadir hasta la de imponer. Cualquier aplicación de una política pública está sujeta a un aparato administrativo estatal que funcione medianamente.

En el Perú vemos a presidentes y gabinetes buscando un punto sano de la administración pública desde dónde gestionar lo decidido; y vemos que no lo encuentran porque no existe: se lo han tragado cargos prebendalizados, convertidos en pagos de favores, jerarquías que carcomen la diligencia, la responsabilidad y la iniciativa. Las vacunas llegan y estamos a punto de empezar a inmunizarnos.

El Sistema de Salud ha despreciado el Primer Nivel de Atención, ese contacto básico y primero, ese vínculo de cuidado de lo cotidiano, cuando el Estado se pone en el lugar del otro, de cada habitante. Eso es lo que este ha hecho poco a lo largo de estos 200 años de existencia.

Una lamenta que genuinas inclinaciones personales por el Primer Nivel de Atención sean descartadas ante un panorama profesional a todas luces deprimente: condenarse a ingresos miserables e irregulares; al menosprecio de su labor desde una mirada pretendidamente superior. Y lidiar todo el tiempo con serias e infinitas limitaciones materiales. La alta rotación, resultado de lo anterior, deteriora la estabilidad que un puesto de salud necesita para tratar bien a su población a cargo; va en contra de la necesidad de consolidar y articular las políticas de promoción y prevención.

Las enfermeras tienen una distinción: a diferencia de otros servidores públicos ellas ingresan, físicamente y a diario, a las casas del territorio nacional, ahí donde habitamos. Encarnan la primera escena pública con la que se encuentran hombres y mujeres habitantes de nuestro país. Son las bisagras entre el Estado y la sociedad. Atesoran la sabiduría de las campañas de vacunación.

Así, constituyen una de las formas en que el Estado legitima su función pública en el cuidado. Y esto va más allá de la salud en sentido estricto. Al entrar a la casa el Estado tiene la potencialidad de estar presente y así participar en la pacificación doméstica. Por eso la presencia de las enfermeras mediante la visita domiciliaria es crucial para organizar la vida social; son un componente clave de la legitimidad del Estado y de sus instituciones.

En su estrecho intercambio con las comunidades y sus diversas concepciones sobre la salud, el cuerpo y la enfermedad, las enfermeras son articuladoras de instancias que configuran la trama local y construyen el Estado. Estas coordinaciones fortalecen el tejido institucional y potencian las instituciones que garantizan la vida pública. Pero al subordinar a las enfermeras y desconocer su autoridad, el Estado se deteriora a sí mismo.

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