A finales del siglo XIX, llegaron al Perú los primeros 790 japoneses a bordo del barco Sakura Maru. La mayoría de ellos eran agricultores y habían llegado a trabajar en las grandes haciendas azucareras de la costa. Sin embargo, la mentalidad y tradiciones de los primeros nikkei que arribaron a tierras peruanas hicieron que las siguientes generaciones sean más prósperas. ¿Cómo lo lograron?
Dentro de la historia de los primeros migrantes japoneses que desembarcaron en Perú a inicios del siglo pasado, se encuentra el tanomoshi, un sistema de inversión solidario que se originó en Japón que les permitió apoyarse mutuamente. Se trata de una versión del refrán "La unión hace la fuerza", con la cual pudieron enfrentar problemas económicos y suplir necesidades como migrantes. Con el tiempo, se convirtió en una herramienta clave para la prosperidad colectiva de la comunidad nikkei.
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"Tal cual se practicaba el tanomoshi. Ahora ya no es así. Los que practicaban el tanomoshi como tal eran los issei, quienes son la primera generación de los nikkei que llegaron acá al Perú. Con el paso de las generaciones, se fue perdiendo un poco eso. Por ejemplo, en el caso de mi mamá, ella es sansei (tercera generación). Con mis tías una vez al mes, hacían su propio 'tano', pero ya era más por un tema de afinidad, para juntarse", narró Kenny Nagahama a La República, ciudadano nikkei de la generación yonsei.
La palabra 'tanomoshi' tiene sus raíces en 'tanomu', que significa 'pedir ayuda'. Hace referencia al apoyo mutuo en beneficio de todos los participantes y está basado en la aportación económica de cada uno de ellos.
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En sus inicios, cada persona aportaba un monto de acuerdo con sus posibilidades. Lo acumulado se entregaba a un responsable de la organización que era siempre un conocido de confianza de todos. Con este dinero, se hacía frente a alguna emergencia.
Una regla importante era que todos los participantes del tanomoshi deberían recibir al menos una vez la totalidad del fondo y poder beneficiarse de la ayuda de sus compatriotas. Así, muchos migrantes japoneses pudieron aliviar las consecuencias del incumplimiento de los contratos de trabajo con sueldos por debajo de lo pactado, tardanzas en los salarios, mala alimentación, entre otras dificultades.
Cabe resaltar que los bancos y otras instituciones financieras no concedían créditos a ciudadanos que no tenían recursos ni arraigo en el país.
En América Latina habita la mayor cantidad de japoneses y sus descendientes fuera de Japón. Brasil es el país con la comunidad nikkei más grande del mundo. Sin embargo, México, Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Argentina también cuentan con millones de familias provenientes del país asiático.
En Japón, la era conocida como Meiji empezó en 1868 y significó la caída del régimen que había gobernado durante la época feudal. La nación era agrícola y sin desarrollo tecnológico. No obstante, con el nuevo emperador, empezó una radical transformación inspirada en el occidente.
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Como parte de las nuevas políticas, se abolió el feudalismo para dar paso al desarrollo de la industria. En medio de la acelerada modernización, las principales ciudades como Tokio y Osaka se superpoblaron, lo que generó la primera gran ola migratoria de japoneses hacia otras partes del mundo.
El mismo Gobierno de Japón promovió la migración, con la cual se buscaba aligerar a las ciudades superpobladas y también la expansión de la influencia política de Japón en el mundo para ganar reconocimiento. De esta manera, Canadá, Estados Unidos, Hawái, México, Brasil, Perú y Argentina estuvieron entre los primeros destinos.
En 1873, se firmó en Japón el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación entre Perú y Japón, acuerdo que dio la bienvenida a los migrantes japoneses a tierras peruanas.