Otro año, uno mira la escena urbana y lo que se ve no es nada halagador. Nuestros alcaldes no son nada originales. Una mayoría de ellos ya piensa en las elecciones municipales del 7 de octubre y se apuran –para tratar de cumplir sus promesas- en obsequiarnos pistas rotas, zanjas en cualquier esquina, calles cerradas, “obras” a toda prisa. Hay alcaldes que nos entregan su desidia. Elijamos cualquier lugar de la ciudad… La plaza Manco Cápac, por ejemplo. Antes muy adecuada para transitar, hoy luce caótica y su principal monumento se encuentra cercado por las paredes de un ‘museo’ que obstruye la vista, tan anti-público, tan contrario al goce del paisaje de la metrópoli. ¿Cómo surgió esta idea que estropea una alternativa urbana de distracción para los limeños? ¿Cómo es posible que se siga con el desliz de encerrar al inca y separarlo del público? ¿Por qué no recuperar esta plaza tradicional? Hay alcaldes que nos revelan su ineficiencia. Hasta hoy de la llamada Pasarela 28 de Julio, anunciada en marzo de 2015 como la que le iba a dar a Lima nada menos que “8 mil metros cuadrados de áreas verdes”, no hay nada. Solo dolor de cabeza para choferes, pasajeros y vecinos de la zona. La tardanza de la obra y sus cambios (se dejó de lado una vía elevada hasta el Campo de Marte) dice mucho de la gestión del alcalde limeño y nada a favor, por supuesto. Tanto tiempo, tanto dinero, y solo sabemos que pintaron de un dorado tipo trofeo las esculturas de Haya de la Torre, Pedro Huilca y el amauta Mariátegui. Lo cierto es que hay autoridades locales que se esmeran en no sorprendernos. Pocos muestran amor por sus calles, por su ciudad. Muchos son improvisados, sin preparación, o los mueve quién sabe qué interés... Así que, si vemos a un hombre destrozando una calle o echando un dorado intenso a un monumento... cuidado, ¡hasta puede ser un alcalde!