Los demócratas debemos tomarnos un tiempo para reflexionar en torno de lo que hicimos al darle nuestro voto a PPK para cerrarle el camino al poder a Keiko Fujimori. No guardo ningún respeto por el cinismo o la indiferencia de cara a la política, lo público, lo que nos toca a todos tanto más de lo que muchos quisieran, pero lo cierto es que el extremo opuesto también lleva maquillaje de payaso. En el asunto del indulto al delincuente Fujimori, la decepción y el rechazo (dentro y fuera del país) se dirigen a Kuczynski pues es él quien engañó y traicionó a sus votantes y a sus más valiosos colaboradores –todos ellos lo dejaron ya–. Fujimori es y será un ladrón, un golpista, un autócrata de manos ensangrentadas, un cobarde que huyó y traicionó al país postulando al senado del Japón. Y eso no lo podrán cambiar ni a punta de memes con los más conmovedores dibujitos que al equipo de comunicadores de su hijo se le ocurran ni copando los medios con los fujimoristas más talibanes y sus intentos por torcerlo todo. Por su parte, el presidente Kuczynski tampoco podrá cambiar el hecho de que se ha revelado incapaz para gobernar el país. La tarea de la reconstrucción del norte –con todo el dolor y las pérdidas que supuso esa tragedia– era la oportunidad de oro para darle rumbo a su gobierno, ¡algún rumbo (visto que el plan de gobierno que nos vendió era letra muerta)! Pero no la vio, no la ve, no ve nada. Aunque hoy los demócratas nos encontremos (nuevamente) en situación de orfandad política, quizás debamos pensar que el tiempo de jugar a la defensiva se ha terminado. Ahora toca construir no una candidatura sino un proyecto con mirada grande, hacia el futuro, que le dé un rumbo al Perú.❧