Hoy tu abuela cumpliría cien años, me escribe por whatsapp mi madre. No quiero sonar insensible pero no entiendo lo de conmemorar los cumpleaños de los no vivos. Cumpliría claro, si no se hubiera muerto hace veinticuatro años de una enfermedad muy larga. Tendría cien si hubiera tenido suerte y buena salud. Sin embargo, solo tuvo setenta y seis. Bastante vida, mi abuela. Podría contar en detalle cada recuerdo de ella y yo disfrazándonos, saltando sobre los muebles y haciendo caras frente al espejo o usar esta columna para escribirle a mi abuela en primera persona pero en este caso ella es una excusa para hablar de la muerte y del comportamiento de los vivos.Además –no quiero sonar insensible- desde que murió ella no lee los diarios. Tampoco Facebook. Mi abuelita se acabó en 1994 y con ella gran parte de la familia, pero juntamos los pedazos e hicimos nuevas estructuras para sostenernos. Lo haremos cuando muera mi madre y mis tías si antes ellas no tienen que hacer eso cuando yo me muera. En todas las familias es así. No quiero sonar cruda pero me tomo licencias porque me estoy muriendo. Tú también te estás muriendo. La persona que tienes cerca, también un poco. La cuenta regresiva, el tiempo inexorable y otros blablás. Todos nos vamos a morir pero hoy te amo, vamos al cine, feliz día, abrazo de gol, te compré este chocolate, vine a verte, me tomaste la mano, buenos días, hasta mañana y este postre es mi nuevo favorito. Solo así se vence el miedo al final y la pena se atenúa. Cuando estás vivo se conmemora con alegría el día que naciste. Cuando mueres se conmemora dos veces tu muerte, el día que naciste y el contrario. Ya se acerca el mini duelo por el cumple de mi abuelo, muerto hace doce años. No nos estamos acostumbrando a morirnos y por eso la muerte nos va a tomar siempre por sorpresa aun cuando la sorpresa tendría que ser la vida.