Revelación. En el Hospital Amazónico, ubicado en Pucallpa, Ucayali, decenas de indígenas shipibas fueron sometidas a esterilizaciones bajo engaños, a la fuerza o sin que fueran informadas, durante el régimen de Alberto Fujimori.,Es la primera vez que Isabel Franquines Bardales, una nativa shipiba de 37 años, relata lo que le hicieron en 1997 en el Hospital Amazónico de Pucallpa, en Ucayali. PUEDES VER: PPK: “No queremos el narcoestado, queremos un país en desarrollo” Fui al hospital para dar a la luz. En la mañana nació mi hijo y, por la tarde, me ligaron. Nunca me pidieron permiso. Así pasó conmigo. Cuando me pusieron en la sala de operación yo estaba débil, medio dormida, había dado a luz hace poco. No recuerdo si me hicieron firmar algo o no. Cuando desperté me dijeron que ya no iba a tener más hijos y que ya no iba a sufrir más. Yo no dije nada. Me quedé triste porque yo deseaba dos hijos más. Defensores del régimen de Alberto Fujimori y del programa de esterilizaciones para el control de natalidad sostienen que las operaciones fueron consentidas en todos los casos por las mujeres. La República entrevistó a 40 mujeres shipibas de Ucayali y ninguna aceptó haber accedido a que los médicos del Ministerio de Salud las operaran. Las historias clínicas de algunas de las víctimas que pudo encontrar este diario no registran que las indígenas aceptaron las AQV (anticoncepción quirúrgica voluntaria). Como en la costa y sierra, las esterilizaciones fueron aplicadas mediante engaños, por compulsión o bajo amenaza. El perfil de las víctimas es el mismo: mujeres con ninguna o poca instrucción, pobres y mestizas o indígenas. Virginia Ahuanari Arimuya, de 46 años, había cumplido 26 cuando la esterilizaron contra su voluntad. No habla español, como la mayoría de indígenas shipibas a las que entrevistó este diario. Su testimonio es una traducción. Sus sentimientos no necesitan intérprete: Vinieron a mi casa cuatro enfermeras del Hospital Amazónico. Me dijeron: ‘Usted es pobre, para qué quiere tener más hijos’. Insistieron para operarme. Volvieron una segunda vez, y yo me escapé por el monte, por el bosque porque no quería que me operaran. Y ellos seguían buscándome, pero no me encontraron. Yo estuve escondida. Ellos no hablaban shipibo, pero eran insistentes. Después de nueve meses, tuve problemas de parto y mi esposo me llevó al Hospital Amazónico. Ahí me dijeron que tenía muchos hijos y que por orden del gobierno tenían que ligarme. A las ocho de la mañana di a luz y a las nueve de la mañana me ligaron. Yo dije que no quería pero poco les importó, ya no podía escaparme, había mucho control de parte de médicos y enfermeras. Nadie hablaba shipibo y yo casi no entendía español. Todas las indígenas shipibas entrevistadas dijeron que tener varios hijos era importante para el futuro de sus familias porque mejoraban su economía pues los apoyaban en actividades agrícolas u otras. La idiosincrasia de los shipibos no fue respetada. Prevaleció la orden del Ejecutivo de proceder con las esterilizaciones. De carne somos Lucía Huayta Ramírez, de 51 años, relató que tuvo que enfrentar a personal médico que no sabía su idioma. Les quería decir que no la esterilizaran. Fue inútil. Esto es lo que contó Lucía Huayta: Tenía problemas de parto, así que me acerqué al Hospital Amazónico para dar a luz a mi hijo por cesárea. Tenía nueve meses de embarazo. Con inmensa tristeza debo decir que mi hijo falleció a los pocos minutos que nació. Ese mismo día, sin que me dijeran nada, sin respetar mi dolor, me ligaron. No me llevaron a otra sala. Ahí mismo donde me hicieron la cesárea, me ligaron. Mi esposo y yo no sabíamos cómo reclamar por la ligadura que no quería. Antes era una mujer sana, luego de la operación me volví una mujer enferma. Los defensores de las esterilizaciones aseguran que todas las mujeres fueron consultadas. Pero en los archivos del Hospital Amazónico este periódico no encontró alguna historia clínica en la que las mujeres firmaran un documento aceptando las AQV. Los testimonios de las indígenas shipibas confirman que los médicos y enfermeras aprovecharon cuadros clínicos peculiares –partos, cesáreas, etc.– para ligar las trompas de las mujeres sin consultarles. No era necesario, porque eran indígenas, shipibas, no hablaban español, eran pobres, no reclamarían nada. Esa era la lógica. Diario La República Era política de Estado La shipiba María Maldonado Rojas relató: Fui por primera vez al Hospital Amazónico a dar a luz. Quince días más tarde mi sobrino, que era estudiante de enfermería, me dijo que había campaña de ligadura en el hospital y que era obligatorio. Yo no quería, no acepté, porque sabía que si me ligaban ya no iba a vivir, iba a morir. Fui al Hospital Amazónico y mi primo Miguel Rojas (asistente de cirujano del hospital) me recibió y me dijo que ya no debía tener más hijos. Me hicieron firmar un papel que estaba en español, cuando yo no entiendo nada. Solo sé shipibo. Ese papel me lo hicieron firmar cuando ya estaba en la sala de operación, no sé de qué era ese papel, no me dijeron nada. Dos años luego de la operación estuve muy mal, volví al Hospital Amazónico porque tenía mucha hemorragia. Le conté al médico que empecé a sentirme mal luego de la ligadura, y me dijo que estaba así porque me quería agarrar la menopausia (yo en ese entonces tenía 30 años aproximadamente). Era mentira. No decidas por mí Este diario entrevistó a varias autoridades del sector Salud y todas coincidieron en manifestar que las ligaduras fueron consentidas. Las testigos indígenas shipibas lo negaron plenamente. Por el contrario, expresaron que vulneraron su derecho a elegir, a tener más hijos. Nunca firmaron ningún acta consintiendo la esterilización. Carolina Dávila Urquía testificó sobre las campañas de esterilización, hoy negadas por los fujimoristas: Lo que me ocurrió sucedió durante la campaña del gobierno de Fujimori. Nos iban a visitar casa por casa para decirnos que teníamos que ligarnos para no tener más hijos. Yo les dije que no quería. Tenían una lista de 120 mujeres a las que ligarían en dos días por campaña. De tanta presión, fui al Hospital Amazónico. Cuando llegué, me llamaron por lista. Yo decía que no quería, pero me respondían que ya estaba en la lista. Las madres iban entrando de cuatro en cuatro de la cola, entraban y salían, entraban y salían como muertitas. Yo vomité luego de la ligadura. Una enfermera me dio un poco de alcohol. La única, luego mucha indiferencia. Me hicieron reposar una hora y yo solita tuve que irme a mi casa con los dolores, en motocar pagado por mí, en media hora llegué afiebrada a mi casa. No me dieron consejería. No me dijeron que existían otros métodos. No me hicieron firmar ningún documento. Yo hubiera querido tener más hijos. Volví al Hospital Amazónico porque tenía mucha fiebre y ya ni me podía levantar. El doctor me dijo que no me habían sacado la gasa, que estaba dentro de mí la gasa. Se habían olvidado porque operaban a varias muy rápido. Así fue. Nilda Rojas Martínez, mujer shipiba de 54 años, también fue víctima de las esterilizaciones. Su testimonio resume lo que pasó: Me hicieron una cesárea pero mi hijo murió. Ese mismo día, sin preguntarme, me ligaron, me enfermaron, me malograron para siempre. Fue un abuso sistemático gubernamental -La especialista en esterilizaciones forzadas, Alejandra Ballón Gutiérrez, fue con La República a la búsqueda de testimonios en las comunidades shipibas. -“Las afectadas provenían de sectores económicamente bajos. Las consecuencias que la intervención quirúrgica tuvo en el cuerpo y psique de las afectadas agravaron su situación económica aún más. Las mujeres pobres quedaron imposibilitadas de trabajar en los quehaceres del campo y por ello no pudieron contribuir como antes a la economía compartida del hogar. Solo se dedicaron a la artesanía y esto reforzó su dependencia económica”, señaló Ballón. -“Muchas de las mujeres entrevistadas fueron esterilizadas durante el parto, sin consentimiento informado alguno, y solo les dijeron que las habían esterilizado luego de haber sido ya operadas sin su permiso”, apuntó la especialista.