En los últimos días se ha suscitado una reacción pública negativa contra una marca peruana de productos lácteos. Ciertamente no cabe sino la protesta cuando existe, y es probado, un engaño flagrante a los consumidores haciéndoles pensar que adquieren productos que en realidad no poseen las calidades que su propaganda y presentación sugieren. En dichos casos se hacen necesarias medidas de los entes reguladores que eviten información engañosa de cualquier producto, especialmente aquellos de primera necesidad. Los consumidores debemos estar informados a fin de que nuestras decisiones de compra sean las que mejor satisfagan nuestras necesidades. Se trata de un tema básico de competencia leal.En la situación referida muchos políticos de grupos distintos, así como miembros importantes del gobierno, se han puesto de inmediato del lado del comprador y eso ha sido bueno. Sin embargo, cabe señalar que si bien este tipo de respuestas son importantes, desde una perspectiva más comprometida con los principios éticos nos hallamos aún lejos de comprender otros graves hechos de engaño, injusticias y desdén que ocurren en la sociedad peruana. En efecto, en el Perú suceden a diario muchas injusticias y han sucedido a lo largo de sus últimos años, hechos atroces. Basta mencionar a los desaparecidos, a los asesinatos perpetrados por intereses turbios, a las comunidades afectadas en su territorio, a los ríos contaminados de plomo, a instituciones corruptas, a niños que sufren desnutrición, a un sistema de transporte caótico que causa casi a diario accidentes fatales, a una infraestructura deficiente que permite que las ciudades se inunden, así como a universidades que viven de engañar a las nuevas generaciones con la promesa de una profesión que no podrán ejercer. Y podríamos continuar…¿Por qué estos hechos no llaman tanto la atención? ¿Será porque, para estar atentos a ellos y responder con energía, nos hace falta un entendimiento pleno de nuestra ciudadanía, calidad que, desde hace al menos algunas décadas, se ha visto desplazada por la del consumismo? Pareciera que en el Perú de los últimos veinte años somos antes consumidores que ciudadanos. Y ello conduce a que se nos valore por el lugar que ocupamos en el mercado, por nuestros hábitos de compra, por nuestro acceso a ciertos recursos y, en última instancia, por el poder económico que poseemos. Esto ha significado ciertamente una disminución de la ciudadanía, que es un valor y una identidad que se hallan cada vez menospreciadas. Cuando asumimos el papel de ciudadanos, somos más que consumidores dispuestos a sancionar a una empresa que ha actuado mal. Nos volvemos partícipes de una comunidad política y exigimos que las autoridades que elegimos cumplan el mandato que le hemos concedido. Vemos además a nuestros compatriotas como miembros de un mismo cuerpo social y podemos, más aún, debemos solidarizarnos con sus padecimientos. Así pues, ser ciudadano significa, el trascender el rol pasivo de quien es solo espectador de la injusticia y el dolor de nuestros hermanos. Nos hallamos mucho más unidos como ciudadanos que como consumidores. Vivir dentro de un Estado de Derecho ejerciendo las facultades que nos corresponden y también cumpliendo los deberes que de allí nacen se nos presenta pues como tarea urgente y necesaria.