Siento vergüenza ajena ante las palabras ofensivas de Phillip Butters contra los afroecuatorianos por la comparación infrahumana que hizo del futbolista Caicedo pero, sobre todo, siento vergüenza ajena de los empresarios que dicen acatar los estándares internacionales pero financian programas racistas y misóginos con irresponsabilidad maquillada en apoyo a la diversidad de opiniones. Eso es mercantilismo. Siento vergüenza ajena que los empresarios de Leche Gloria digan “hicimos todo lo que las autoridades permitieron” escondiendo su responsabilidad frente al país en términos jurídicos, usando la legalidad para justificar el engaño a los consumidores y escabullirse en laberintos legales para seguir defraudando con permiso. Señores, ¡alguna vez la esclavitud también fue legal pero no por eso menos inmoral! Siento vergüenza ajena ante las columnas de opinión del diario El Comercio defendiendo la increíble mentira de Leche Gloria aduciendo que, en realidad, cumplían con lo que la ley señala. Una vez más utilizando los marcos legales, grises, para justificar la codicia. Siento vergüenza ajena cuando el ministro de Economía Thorne, con posgrados y demás medallas académicas, aduce que la ley permite “zonas grises” para presionar al contralor utilizando el poder que tiene para designar presupuestos. Es una tremenda vergüenza que un economista que se dice digno tome el nombre del presidente de la república para, insinuar, un chantaje. ¿A eso no se le llama cohecho activo, señores? Pero siento más vergüenza ajena cuando el Contralor Alarcón se presenta como un impoluto, eximiéndose de declaraciones juradas, para esconder sus negocios de autos, escudado detrás de sus hijos apenas mayores de edad. ¡Este contador de negocios grises controla la ejecución de los dineros del presupuesto público para “evitar” la corrupción? Si no renuncia debería de ser desaforado. Siento vergüenza ajena frente a las tibias reacciones de algunas compañeras del Frente Amplio por las palabras ofensivas y machistas del congresista Humberto Morales, que no solo ofenden a Marisa Glave sino a todas las mujeres, pero además, por la estrategia discursiva que usó el profesor ayacuchano de escudarse detrás de su madre, es decir, una mujer, para hacer generalizaciones misóginas. Siento vergüenza ajena frente a las palabras de la compañera Angela Villon, a quien conozco como una mujer valiente que ha llevado a cabo denuncias fuertes contra la policía que chantajea a trabajadoras sexuales, por llamar prostituta a otra compañera, utilizando su propia labor como insulto, algo que jamás debemos hacer desde la izquierda. Siento vergüenza ajena por la autovictimización que, en medio del río revuelto, vuelven a utilizar compañeras y compañeros de Nuevo Perú usando la estupidez del otro con fines políticos para hundir y meter chaveta. Estas argucias deberían estar desterradas en la izquierda. Siento vergüenza ajena por los últimos artículos de Sigrid Bazán que, en verdad, no están a la altura de su inteligencia. Y siento vergüenza propia por sentirme cansada, por querer tirar la toalla, por abrumarme ante el pupiletras de insultos, por mirar de reojo cuando hay que mirar de frente. Y por vomitar en lugar de escribir. No lo volveré a hacer.