Estamos en medio de una crisis del horizonte civilizatorio que acompañó al nacimiento del capitalismo industrial y la democracia representativa. Esta no se limita a la emergencia ecológica, que parece entrar en una nueva fase con la fractura de la Antártida. La elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos no fue un rayo en el cielo sereno sino la culminación de un proceso de degradación de la política en las democracias avanzadas, con importantes hitos en las elecciones de Silvio Berlusconi en Italia y Nicolas Sarkozy en Francia y que durante este último año hizo sobrevolar la amenaza del retorno del fascismo en Europa a través de elecciones democráticas, como se vivió en medio de una atmósfera de temor en Austria, Francia y Holanda. La elección de gobiernos populistas de derecha en el mundo desarrollado ha ido acompañada de un descrédito del discurso político que tiene su mejor expresión en la “post verdad”: ese proceso “mediante el cual, en lugar de preferir los hechos puros y duros, los ciudadanos se hallan en búsqueda de aquellas noticias que confirmen sus propios prejuicios y su forma de ver el mundo... un relativismo aceptado por el que se construyen mundos artificiales de información, lo que resulta cada vez más fácil con las redes sociales virtuales de las que ahora disponemos para informarnos” (Salomón Lerner: “La post-verdad”, La República 16 de junio de 2017 http://bit.ly/2rwfw9w). La degradación de la política va a tener importantes consecuencias no solo en lo que a la calidad de la democracia concierne sino sobre el porvenir del mundo, como lo anuncia ominosamente el desmantelamiento de la política de defensa del medio ambiente y el impulso a las actividades extractivas que contaminan el ambiente por la administración Trump. Detrás de estos retrocesos en la construcción de un mundo humano se encuentra un proceso de concentración de la riqueza sin ningún paralelo en la historia de la humanidad. Oxfam Internacional, que monitorea desde hace décadas el crecimiento de la desigualdad en el mundo, ha publicado en enero un demoledor informe que denuncia que tan solo 8 personas (8 hombres en realidad) poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas. “Cuando una de cada diez personas en el mundo sobrevive con menos de dos dólares al día, la inmensa riqueza que acumulan tan solo unos pocos resulta obscena. La desigualdad está sumiendo a cientos de millones de personas en la pobreza, fracturando nuestras sociedades y debilitando la democracia”. Una campaña mediática muy bien montada sostiene que el problema no es la desigualdad sino la pobreza, separando en el discurso lo que son dos rostros de una misma realidad: “las grandes empresas y los más ricos logran eludir y evadir el pago de impuestos, potencian la devaluación salarial y utilizan su poder para influir en políticas públicas, alimentando así la grave crisis de desigualdad”. El incremento de la desigualdad en el mundo tiene dos caras. Para millones los salarios se estancan, se recorta la inversión en servicios básicos como educación, salud, nutrición, mientras las grandes corporaciones y grandes fortunas multiplican su poder a través de la evasión y elusión fiscal privando a los países pobres de al menos 100.000 millones de dólares cada año en ingresos fiscales, “dinero suficiente para financiar servicios educativos para los 124 millones de niños y niñas sin escolarizar o atención sanitaria que podría evitar la muerte de al menos seis millones de niños y niñas cada año”. A su vez, el poder económico permite controlar el poder político, y, en un movimiento circular, este es usado como una herramienta para incrementar el primero: “las grandes empresas y los más ricos utilizan su dinero e influencia para que leyes y políticas se vuelvan a su favor” (Una economía para el 99%, http://bit.ly/2j0yHDZ). El oficio de historiador permite juzgar las decisiones de quienes nos precedieron incorporando en el balance las consecuencias que tuvieron sus opciones y sus actos. Me imagino que historiadores del futuro (asumiendo optimistamente que todavía existirá el mundo) hallarán inimaginable e incomprensible que en nuestros tiempos la riqueza de 8 personas se equiparara a la de la mitad más pobre de la humanidad, en el mismo momento en que 6 millones de niños morían al año de hambre y enfermedades y la humanidad permanecía indiferente. Este será visto como un tiempo enfermo.