Cuando el periodista del diario español El País le recordó al presidente Pedro Pablo Kuczynski, durante una entrevista, la necesidad de una “revolución social” en el Perú, tal como había prometido en su campaña electoral, la respuesta, me imagino, debió sorprenderle: “Son palabras un poquito poéticas”. Y es verdad porque hasta ahora las promesas presidenciales siguen sonando (con las disculpas de los y las poetas) un “poquito poéticas”. El lunes pasado Jorge Bruce, en este mismo diario, escribió un artículo que tenía un título también un poco poético: “Matar la esperanza” (12/06/06). Con esta frase hacía referencia a las promesas frustradas de este gobierno: “Próximo a cumplir un año de este régimen, forzoso es encontrar que el sueño se ha resquebrajado de manera tan alarmante como el by-pass de Castañeda…”. Se podría decir que hoy la indignación se generaliza y el pesimismo comienza a ser un comportamiento cotidiano. Basta para ello leer cualquier encuesta para constatar que los entrevistados desaprueban todo: la Presidencia, el Gobierno, el Congreso, los partidos, los políticos, el Poder Judicial, la Contraloría y un largo etcétera. En estas semanas hemos asistido a la liberación, por el Poder Judicial, de los gobernadores del Callao y Ayacucho, Félix Moreno y Wilfredo Oscorima, comprometidos en posibles actos de corrupción; nos hemos enterado que el Contralor, según La República, se graduó con un texto plagiado, además de dedicarse a vender autos y comprar terrenos a bajo precio; nos hemos sorprendido con el nombramiento de Fiorella Molinelli como flamante viceministra de Vivienda, pese a su discutible actuación en el asunto del aeropuerto de Chinchero; hemos escuchado las extrañas conversaciones entre el ministro de Economía y Finanzas y el Contralor; por no citar el caso de Pura Vida que fabrica Gloria y que ahora sabemos que no es leche. A ello se suma que los organismos e instituciones encargados de regular y defender nuestros derechos como consumidores y ciudadanos, no lo hacen; y que una serie de normas y leyes del Legislativo o del Ejecutivo o se retrasan, como sucede con el reglamento de la Ley de Alimentación Saludable para niños y adolescentes que espera su aprobación desde el año 2013; o si se promulgan, muchas veces, es para favorecer intereses privados. Se puede concluir que la democracia está secuestrada por unos políticos que valen poco y por la corrupción, que el Estado está capturado por los intereses privados, los lobbies, las mafias y por una tecnocracia que transita libremente entre el sector público y el privado; y que el mercado está dominado por unos cuantos. Este es un capitalismo de libre mercado con un mínimo, por no decir con cero, de regulación como lo demuestran los abusos de los privados, por ejemplo, en el sector servicios (seguros de salud, AFP, bancos, etc.). Y esto no es solo responsabilidad de este gobierno sino también de los anteriores, incluido el fujimorismo. Por todo ello, el optimismo que se vivió luego de la caída de Fujimori y la instalación del Gobierno de Transición de Valentín Paniagua, se ha convertido poco a poco, primero, en desconfianza, luego en indignación y ahora en pesimismo, cuando se descubre los grados de corrupción alcanzados por los distintos gobiernos y el fracaso de los partidos en los años de democracia. Ello podría explicar el por qué no hay grandes movilizaciones contra la corrupción. La indignación es personal, no es colectiva, porque hay desconfianza en los políticos. Es como si se hubiese perdido toda esperanza de que las cosas puedan cambiar en el país. Por eso, es hora de preguntarnos si vivimos, como dice Paolo D’Arcais, un momento de “hipocresía constitutiva”. Es decir, donde lo característico es la “diferencia entre lo que se anuncia y lo que se realiza, entre los valores que se bordan en las constituciones y en los estandartes, y aquellos que se imponen fuera del escenario, en la periferia de lo cotidiano, desmintiendo a los primeros”. Norberto Bobbio, ese viejo socialista italiano nos decía que el “pesimismo es hoy… un deber civil. Un deber civil porque solo un pesimismo radical de la razón puede despertar algún temblor en esos que, de una parte o de otra, demuestran no advertir que el sueño de la razón engendra monstruos”. Hoy estamos frente a ellos.