Mientras en la política hay una amenazante vorágine de conflictos, en la economía se vota con la billetera, con cifras menguantes en indicadores claves. Los inversionistas están asustados, o por lo menos disgustados. Los cálculos especializados anuncian problemas a futuro. Todo esto viene siendo cargado a la cuenta de la política, con cierta razón. Las diversas interpretaciones políticas para todo esto son bastante subjetivas, y básicamente consisten en culpar al rival. Una versión es que el Ejecutivo simplemente administra mal. Otra es que el Ejecutivo no puede administrar mejor debido al acoso de los opositores. Se va abriendo paso la idea que el problema está en los dos sectores. Los inversionistas renuentes quieren estabilidad, lo cual incluye predictibilidad. Pero un Ejecutivo acosado tiene fuertes posibilidades de ser impredecible. Lo ronda la tentación de la medida efectista. Sus proyectos pueden naufragar en el Congreso. No es difícil imaginarlo moviéndose pronto entre la autocomplacencia y la autocensura. La evidente politización del sistema y las iniciativas contra la corrupción tampoco están ayudando. El número de empresas y sectores productivos enteros sometidos a denuncia o investigación están creciendo aceleradamente. El celo moralizador es positivo, pero contiene elementos impredecibles, muchos de ellos políticos. Hoy por hoy parece ilusorio que las dos principales fuerzas políticas en conflicto lleguen a un acuerdo firme movidos por el deseo de mejorar la marcha económica. No parecen ver las cosas así, o por lo menos sus agendas tienen una larga lista de otras prioridades. Como si su verdadero mandato fuera simplemente imponerse a sus rivales. El caso de Alfredo Thorne es sintomático de una percepción en que la economía se encarga de sí misma. Si llega a caer no será por la marcha de su gestión, sino por una indiscreción en un pulseo político. No habría en ese momento del Congreso debate económico, sino reproches por la conducta personal, un tema opinable si los hay. Alguien responderá que la confrontación política es indispensable en una democracia. Es cierto, siempre y cuando ella no termine arrasando con todo lo demás. Las encuestas ya están mostrando un descontento generalizado que no es partidista. Los peleones políticos están perdiendo terreno juntos, mientras un debate económico espera su turno.