Con la relativa prosperidad de estos decenios y una nueva conciencia cultural, el Perú ha escalado su interés por repatriar piezas de su pasado artístico. Las exitosas recuperaciones de parte de lo saqueado en Sipán y del lote arqueológico prestado a la universidad de Yale pueden ser vistas como parteaguas de este nuevo celo por lo nuestro. Algunas de estas recuperaciones se resuelven, cuando se resuelven, por la vía comercial, otras por la vía legal. El Perú que sale a las subastas internacionales buscando comprar el arte que le interesa está descubriendo barreras de diverso tipo, como competidores o aduanas artísticas infranqueables. El año pasado un grupo de empresarios patrióticos hizo una ‘chancha’ para comprar un lote de lienzos con tema limeño del alemán Mauricio Rugendas en la subasta de Christie’s, Londres, con el propósito de donarlas al MALI. Un grupo de coleccionistas privados chilenos los sobrepujó y se llevó los cuadros, por más de un millón de dólares. El MALI (Museo de Arte de Lima) acaba de sufrir un revés de otro tipo. La exitosa compra de 136 láminas de la obra encargada por Jaime Martínez Compañón a acuarelistas locales a fines del siglo XVIII por 45,000 euros. Las escenas de la vida de Trujillo, Perú, acaban de ser declaradas inexportables por el ministerio de Cultura Español. Ya había sucedido antes. Los peruanos somos particularmente sensibles a estas situaciones, pues sabemos que el patrimonio artístico local ha sido saqueado como norma colonial desde el primer encuentro con Europa. Allí están las fabulosas colecciones de arte prehispánico en el hemisferio norte, muy probablemente irrecuperables. La cacería en el extranjero del arte que nos interesa y al cual tenemos alguna forma de derecho (legal, cultural, afectivo) es parte del impulso al rescate y a la conservación del patrimonio artístico que nos rodea en el país. Los capitales dedicados a esto son de las mejores inversiones disponibles. Además de las gestiones del caso, una respuesta valiosa podría ser que el MALI y otras instituciones presenten al público una muestra de las acuarelas del llamado Códex Martínez Compañón, nunca exhibidas completas en el país, siquiera en reproducción, y cuyo contenido no puede ser más peruano. Se convertiría así un revés en un activo.