Con la protesta de Patricia Donayre regresa al hemiciclo la imagen del congresista libre de imposiciones en su partido. No es la primera vez que este impulso autonomista aparece. En Fuerza Popular lo han evidenciado con energía Yeni Vilcatoma y Kenji Fujimori, la primera ya fuera del partido. También lo hemos visto en otras bancadas, sobre todo en la oficialista. Pero en FP se nota mucho más, pues hay una cultura de la disciplina vertical y del entorno privilegiado. Lo cual, de paso sea dicho, es una aspiración de todas las cúpulas partidarias, incluso las más democráticas. La idea es que sin un mínimo de lealtad, incluso forzada si fuera necesario, los partidos se desflecarían en tendencias sin destino, convirtiendo al Congreso en un mercado persa de votos. Por eso hay leyes antitransfuguismo (aunque el nombre no es exacto ni feliz) en más de una democracia moderna. Pero sin parlamentarios actuando de acuerdo a su conciencia y su libre albedrío, el Congreso corre peligro de volverse un conjunto de zombis políticos atados a la consigna. No importa cuánto se disimule, las bancadas terminan expresando una sola voz, y los debates se vuelven una farsa. Más aun cuando reina una mayoría absoluta. Por ello es importante que el Tribunal Constitucional haya admitido una demanda contra la ley que impide a los congresistas formar grupos disidentes, expresión de diferencias en el terreno de las ideas políticas. De otro modo no se puede afirmar que las bancadas sean agrupaciones voluntarias, con espacio para la democracia interna. Los congresistas no representan a sus partidos sino a sus electores, que han votado de cara a una imagen personal y a propuestas personales. Debemos suponer que en el caso de Donayre han votado por alguien que ha pasado por varios partidos, alguien que llega al Congreso para coincidir o discrepar, no para someterse 100% a voluntades ajenas. Nada de esto necesariamente significa que Donayre tenga razón en el tema de cómo discutir la reforma electoral. Pero con razón o sin ella, Donayre tiene derecho a discrepar con entera libertad, y a que no le silencien el micrófono. Muchos fujimoristas reclutados deben estar envidiando su enérgico gesto de parlamentaria libre.