Tal parece que Edgar Alarcón va camino de convertirse en el campeón de bolos político del 2017. Su discutible informe fue clave para la renuncia del ministro Martín Vizcarra y la vuelta de Chinchero al punto de partida. Ahora un todavía indescifrable caso de chuponeo político le puede entregar la cabeza del ministro Alfredo Thorne. Pero el escándalo Alarcón también tiene un efecto contrario. En las actuales circunstancias cuesta imaginar una censura de FP a los ministros en capilla Carlos Basombrío o Patricia García. La imagen sería de un fujimorismo dedicado a devorar al Ejecutivo con zapatos y todo en tiempo récord. Por el camino Alarcón está obligando a parte de Fuerza Popular a apoyarlo en medio de un verdadero desembalse de actos comerciales dudosos, casi al ritmo de uno diario. FP todavía no encuentra la manera de desprenderse de un contralor desacreditado, que está terminando por ser más eficaz que toda la bancada opositora. Alarcón está enfrentando los destapes y postergando su renuncia con febles argumentos: es víctima de una conspiración, o incluso de varias; quiere que lo juzgue el Congreso; no ve nada de malo en ser funcionario y comerciante al mismo tiempo, o en favorecer a parientes u otros seres queridos. Parte del secreto de la supervivencia de Alarcón está en su notable frase “yo me someto a ti”, dicha a un auditor, aparecida en un chuponeo. Imaginamos que una versión de la frase fue dicha a los humalistas en su momento, quizás también a los pepekausas, y ahora último a Keiko Fujimori. Un verdadero sometido serial. Pero por mucho que se mueva el contralor, la bola está en la cancha de la bancada fujimorista. El escándalo de mantener un contralor totalmente cuestionado, a cuyo nombramiento se opusieron en su momento alfiles FP como Luz Salgado, Héctor Becerril o Cecilia Chacón, es políticamente costoso, e incluso disociador dentro de la bancada. ¿Qué pueden hacer frente a quien no quiere renunciar? Lo más sencillo sería retirarlo del cargo. Pero también pueden ofrecerle que tome licencia, a ver qué pasa después. Siempre está la fórmula de consenso de una embajada en un país anodino, aunque en este caso particular eso traería sus peligros.