Creo que a varias generaciones se nos enseñó a manejar ciertas ideas básicas sobre el Perú antiguo: no hubo nada muy relevante antes de Chavín; luego desarrollos regionales donde destacan los Paracas, Nazca, Mochica y Tiahuanaco; luego el imperio Wari, luego nuevos desarrollos regionales, especialmente Chimú; para llegar finalmente a los Incas. Un esquema de horizontes e intermedios regionales que marcan una suerte de camino evolutivo, coronado por los Incas, algo así como la máxima expresión de la civilización antigua. Y en donde habría habido una sucesión de formas de gobierno que asumieron la forma de “señoríos”, formas más complejas estatales y hasta imperios. Para gente de mi generación, estas grandes imágenes estuvieron además muy marcadas por la influencia de intelectuales como Luis Guillermo Lumbreras y Pablo Macera, grandes académicos y divulgadores, que además lograron enlazar la investigación arqueológica con preocupaciones del presente, construir discursos bajo la influencia del marxismo y de las ideas de izquierda; en los que el Perú antiguo era motivo de reivindicación y orgullo (que resaltaba lo perdido por la colonización española) pero que al mismo tiempo llamaba la atención sobre la persistencia de patrones autoritarios y de opresión de las clases populares, que desde hace muchos siglos siguen anhelando su liberación. En los últimos años, sin embargo, la investigación arqueológica ha derruido buena parte de estos esquemas: Caral resultó ser mucho más antiguo que Chavín y tuvo una alta complejidad; el descubrimiento del Señor de Sipán o la Señora de Cao mostró que al interior de lo que considerábamos cultura Mochica hubo desarrollos “subregionales” muy relevantes, entre muchas otras cosas. A estas alturas, un lego como yo no tiene ya una imagen que reemplace la perfilada líneas arriba, pero que ya quedó desactualizada. Acaba de salir publicado un libro utilísimo para todo aquel que quiera estar al tanto de los últimos desarrollos de la investigación arqueológica: Repensar el antiguo Perú. Aportes desde la arqueología, editado por Rafael Vega-Centeno, y publicado por el Instituto de Estudios Peruanos y el Fondo Editorial de la PUCP. Además, como dice Gabriel Ramón en el capítulo final, los autores del libro pertenecen a la “nueva generación”, casi todos entre los 30 y 50 años, formados en la Universidad de San Marcos y en la PUCP, con maestrías y doctorados en universidades del extranjero. El libro tiene por ello, aunque no necesariamente sea el propósito de los autores, el sabor de una suerte de manifiesto generacional. El libro tiene catorce capítulos y arranca con trabajos sobre los primeros habitantes de nuestro territorio y llega hasta el Tawantinsuyu, pasa por Caral, los Mochica, Wari, Chimú y otros, y cubre espacialmente a la costa, los andes centrales, el altiplano sureño, en fin, el libro permitirá tener una visión muy completa y actualizada del saber existente, de las interpretaciones predominantes, de los debates en curso. Algunos capítulos resultan más accesibles que otros para los legos, pero todos resultan pertinentes. Una gran idea que me queda de una lectura rápida del libro es cuán difícil ha sido siempre articular nuestro territorio; se habla de grandes desarrollos y autonomías locales, de la discontinuidad del espacio, de intentos de articulación basados en formas de “segmentación política” antes que en grandes modelos estatales centralizados, en medio de complejos y precarios procesos de negociación, de la gestación de alianzas inestables y cambiantes. Todo suena inesperadamente contemporáneo.