Hace más de un año, los representantes de 151 economías del mundo se reunieron en la Cop21 de París, para discutir el futuro del planeta, amenazado por la emisión de gases de invernadero; que de seguirse propalando al ritmo actual, se estima que la temperatura global podría subir 4.8º hacia el final del siglo. Esto ocasionaría el deshielo de los polos, un aumento de inundaciones, sequías y huracanes, y una subida del nivel del mar que podría desaparecer archipiélagos, islotes y arrecifes, y países insulares como Bahamas, Trinidad y Tobago o la República Dominicana.Aquella vez se arribó a varias conclusiones que condujeron la negociación de un acuerdo para luchar contra el cambio climático. Una de ellas señalaba que este fenómeno no era una fantasía ni una teoría de la conspiración, pensada para frenar el progreso y entorpecer la marcha de los países industrializados. Se trata de una realidad que necesitaba ser enfrentada con medidas concretas. Otra, que un acuerdo de esta naturaleza necesita la presencia de los principales contaminantes del mundo, como Estados Unidos y China (responsable del 45% de emisiones de CO2).Para no repetir un fracaso como el Protocolo de Kioto de 1997, suscrito por solo 37 países, que no pudo impedir que las emisiones mundiales se incrementaran un 24%, los países fueron invitados a presentar sus propios compromisos climáticos. Con Barack Obama como presidente, Estados Unidos firmó el acuerdo de París, un paso importantísimo para enfrentar uno de los desafíos más tenebrosos de nuestro futuro, el calentamiento global.Al retirar a su país del Acuerdo de París, Donald Trump ha acelerado la marcha hacia el oscurantismo y la ignorancia que han sido estos primeros meses de su gobierno. Aunque sus argumentos son una mezcla de populismo económico y desprecio de la ciencia —pensada en la deprimida clase trabajadora que compone su núcleo duro de votantes—, es inevitable suponer que se trata de uno más de sus golpes de efecto, que buscan apartar los reflectores de lo que verdaderamente le preocupa, las investigaciones por las relaciones entre Rusia y su entorno de asesores, que lo tienen cercado.Con esta medida, Trump ha decidido darle la espalda al mundo, que comienza a aglutinarse en su contra, bajo el eslogan de Macron que hacía burla de su lema de campaña: «Hagamos al planeta grande otra vez». Su negacionismo suicida está en buena compañía con Bashar al-Ásad y Daniel Ortega, los únicos que retiraron a sus países luego de las negociaciones de la Cop21. Hacerlo tiene un agravante: su decisión pone en peligro a todo el planeta, y es una espada de Damocles en la nuca de las generaciones futuras.