Es indispensable que Edgar Alarcón se retire o sea retirado del cargo de Contralor. Los hitos discutibles de su trayectoria entre lo público y lo privado son motivo suficiente. Pero además el funcionario ha asumido una percepción de su cargo que afecta todo el proceso de la justicia en que está enfrascado el país. Una consecuencia temible en la crisis de credibilidad puesta en marcha por el volumen de los destapes de Lava Jato es la posibilidad de que el poder político efectivo pase a manos del sistema judicial. Es lo que les viene sucediendo en Brasil, y ese epicentro del problema todavía no encuentra la manera de volver a una normalidad institucional. El peligro peruano es más grave. Pues al lado de la relativa unidad de la justicia brasileña, la peruana rápido se ha fragmentado en bandos y figuras en conflicto, con agendas propias. Los choques entre procuraduría y fiscalía son el caso más claro, pero no el único. Todo esto parodia los usos de la política convencional. En tiempo récord Alarcón se ha convertido en un símbolo de la fiscalización que toma partido en los juegos del poder. Además ha elegido hacerlo con un altísimo perfil, ubicándose al centro de la atención mediática. Ha logrado incluso ganarle a los cazadores de primeras planas del Congreso, verdaderos especialistas en el tema. Pero los mismos medios convocados le están escribiendo la biografía a gran velocidad. La respuesta de Alarcón ha sido desafiar a todos y a todo, con lo cual está incomodando incluso a sus defensores. Aunque en verdad no se oye más defensa que el silencio. La mayoría del Congreso preferiría que se vaya solo, y no tener que cesarlo. Es difícil imaginar que siga en el cargo un contralor sometido a la investigación de las sospechas y denuncias que se acumulan en estos días, un proceso que no va a ser corto. Por los frutos de su propio trabajo, que consiste en descubrir y denunciar, van a resultar sospechosos. Definitivamente el daño está hecho. De modo que eso de que no piensa renunciar y prefiere más bien someterse a una investigación del Congreso tiene todos los visos de ser la tontería llevada de la mano por la viveza.