“EVA BRACAMONTE LIBRE. Se confirma resolución y queda probado que no tuvo que ver en muerte de su madre. Justicia que llegó tarde pero al fin”. Hasta ahí llegó el tuit, 140 caracteres que repiten la noticia que leí en el Facebook de una de sus amigas cercanas. Centenares de retuits y de “me gusta”. A todo el mundo le gusta leer EVA LIBRE, con mayúsculas. Justicia que llega tarde no es justicia, dice uno. Y el tiempo –dicen las señoras– ¿quién le devuelve los años que pasó presa? Nadie, señora. ¿Quién le regresa los años que pasó en juicio? Nadie, señora. ¿Quién la reparará por todo este tiempo de acusaciones? Yo quiero reparar algo que hice en pasivo. Yo juzgué, yo no creí. Me callé durante un lapso de tiempo que debe haber durado un año, cada vez que alguien me preguntó. Peor que callarme, en varias oportunidades dije que dudaba. A veces soy muy imbécil y como otra gente me dejo arrastrar hasta convertir a alguien que no actúa como supongo que debería, en el malo o la mala. Como hicieron con Rosario Ponce o Paul Olórtiga. Como con Beto en el caso de su amigo. El conjuro dice que hay que golpear a la piñata para no convertirse en piñata nunca. Me equivoqué con ella y si llega a leer esto, uso esta columna para pedirle disculpas. Sin ser el Poder Judicial, el hermano rabioso ni el sicario colombiano, he formado parte de lo que le pasaba y lo asumo. No puedo devolverle nada pero confío en que Eva Bracamonte es más una mujer que tiene años por ganar que una que se sienta a llorar los años perdidos. No puedo reparar lo que le hice a ella, pero puedo reparar eso malo que me crece cuando aniquilamos en mancha la imagen de alguien. Puedo tratar de callarlo para que no ocurra más, encerrarlo para siempre.