En The New York Review of Books de esta quincena Sue Halpern publica una ilustrativa reseña sobre cómo ganó Donald Trump. El dato de fondo es que una vez más, y cada vez más, esa elección fue ganada mediante sistemas de acopio de datos (data mining) con capacidad para individualizar, y adecuarse a opiniones y emociones de decenas de millones de electores. El coto de caza de las empresas dedicadas a esto son las redes sociales, con el omnipresente Facebook por delante. La compra de enormes bases de datos hechas a la medida no es una novedad, y está reemplazando a los modestos focus groups en todo el mundo, un método anclado en lo territorial. Esto da ventajas decisivas a los candidatos que disponen de fondos prácticamente ilimitados. Halpern incluso hace notar que “Facebook ha estado dedicado a la minería de los estados emocionales de sus usuarios y compartiendo esa información con avisadores”. Así el elector, al igual que el consumidor, entrega entusiasta día a día la información a partir de la cual puede ser manipulado. ¿Ya llegaron al Perú estos métodos de algoritmos casi omniscientes? De hecho sí. Pues ellos no necesariamente requieren una densidad digital de país desarrollado, como los más de 200 millones de usuarios en Facebook de los EEUU. El año pasado el Perú tenía 17 millones de usuarios, más o menos la mitad de la población. El acceso a las empresas dedicadas a las estrategias digitales es universal, como todo Internet. Por ejemplo Sysomos permite manipular, es decir adecuar el mensaje político, por pagos tan módicos como US$ 6,000 mensuales. Una ventaja adicional de todo esto es la discreción: el conocimiento profundo del elector no es público. El cambio es importante. En las elecciones de antes lo principal era convencer al elector respecto de una propuesta política. Ahora lo principal es descubrir qué piensa, cuáles son sus esperanzas o sus temores, cómo reacciona frente a determinados temas. Facebook ha traído de vuelta al condicionador de reflejos Iván Pavlov. Vemos, pues, que hay mayores posibilidades que nunca de sondear, casi íntimamente, al elector. Grandes posibilidades de manipularlo, individual y colectivamente, como ha hecho Trump. ¿Cuán vírgenes somos los votantes peruanos en este sentido?