En una suerte de aceleración cuesta abajo o de regresión permanente, la sociedad peruana se levanta cada mañana un poco peor que el día anterior. Y se adapta. La censura, aberrante por donde se la mire, al ministro Saavedra, fue el campanazo que dio inicio a la temporada del absurdo. El Banco Mundial se apresuró a contratarlo para el cargo más importante en educación, pero ese consuelo no nos sirve de nada y a Fuerza Popular le es ancho y ajeno. El indulto al dictador encarcelado, Alberto Fujimori, se discute como si fuese lo más normal del mundo. El Gobierno se contradice al respecto día por medio y nosotros nos vamos acostumbrando a la incoherencia. Adaptación, decía. Laura Bozzo regresa y vocifera sus habituales mentiras y despropósitos. Como si todos hubiésemos caído en una súbita amnesia. La fobia ultraconservadora contra los grupos LGTBI es ahora un tópico. Pastores, sí pastores, religiosos los estigmatizan y algunos, como el infame Rodolfo Gonzales Cruz, señalado por Pedro Salinas en La República, piden a gritos que se los mate. Hay una evidente colusión entre políticos conservadores y pusilánimes, a fin de permitir “excesos” con tal de conservar sus cuotas de poder. Exactamente como funciona un síntoma psicopatológico o una elección peruana: siguiendo la estrategia del mal menor. Por eso no sería raro que censuren al ministro Basombrío, precisamente porque lo está haciendo bien. Enfrentarse a las mafias, fuera y dentro del sector Interior es una tarea hercúlea. Pero como el ministro es caviar, según los exiguos criterios políticos que hoy regulan el funcionamiento del Congreso, hay que bajárselo. O a Vizcarra. Lo que se requiere es un trofeo, una cabeza que será colgada como la de un jabalí en el hall de los Pasos Perdidos. El bien común, los intereses de la sociedad, no tienen la menor importancia. Peor aún, son un estorbo para los designios de un grupo político incapaz de hacer el duelo de su derrota presidencial, carente de brújula en cuanto a las acuciantes necesidades del Perú en estos tiempos de estancamiento económico. Por abajo, en el submundo de las redes sociales, el trabajo de lo negativo, como lo llamó el psicoanalista André Green, entra en ebullición. El odio, los agravios, las calumnias, el lenguaje cada vez más procaz y violento contra el otro, atacan la posibilidad de pensar y argumentar. La enrarecida atmósfera de corrupción que nos llega, como una peste aparentemente nueva –siempre estuvo entre nosotros en realidad– favorecen esta normalización de lo abyecto. Es entonces urgente advertir que si no resistimos, esa tendencia a sobrevivir a cualquier precio, que en política se conoce como “malmenorismo”, será nuestro hábitat de manera estable. Claro, estable hasta que llegue el próximo huaico y arrase con esa combinación letal de resignación, conformismo y cobardía. Esto significa que si no reaccionamos ahora, lo único seguro es que nos aguarda alguna salida extrema. Ustedes elijan de qué variante estamos hablando.