Los robos de celulares son una epidemia mundial, con cifras ubicadas en los cientos de miles por año en cada país. Los especialistas informan que el atractivo no está en la información que estos aparatos contienen, sino en su valor de reventa, el cual es alto, pero no tanto como para producir una persecución en serio de los rateros. Pero a la vez el precio de un teléfono inteligente no es tan bajo como para desanimar la compra de ejemplares robados. Con lo cual muchas de las víctimas se suman al círculo delictivo y salen a buscar un aparato robado. Las cifras sugieren que los aparatos no son cuidados precisamente como oro: el descuido es una buena parte de la historia. Los equipos pasan su vida sostenidos al extremo de una mano, con la mirada o el oído del propietario concentrados en ellos, lo cual produce una indiferencia al entorno. Son, entonces, objetos extraordinariamente arranchables, es decir fáciles de robar. Que el robo sea fácil no significa que deje de ser violento, incluso fatal. Los intentos de atajar la epidemia van desde la creación de un registro de la propiedad hasta recursos tecnológicos para neutralizar el botín. Pero a la fecha ni aquí ni en ningún otro país la batalla está dando resultados significativos. Los números se reducen, pero siguen siendo irritantemente altos. Todavía no ha aparecido el invento decisivo. Un aspecto notable del problema es el verdadero ejército de rateros que se desplaza cada día para producir los centenares de teléfonos robados, mediante un abanico de modalidades que van de lo sutil a lo violento. El robo en las calles evidentemente se ha concentrado allí, en lo que es un mercado particularmente líquido y lucrativo. No ha ayudado el que los teléfonos inteligentes se hayan ido sofisticando y subiendo de precio con los años. Incluso entre los sectores populares son una inversión importante, y en ello han reemplazado lo que fueron algunas prendas de vestir como símbolo de status. En conjunto representan, pues, un enorme capital suelto en plaza y poco protegido. La mejor solución hasta el momento parece ser no sacar al teléfono a pasear a la calle. Aunque no tener un teléfono que entregar al ratero puede ser peligroso.